jueves, 13 de febrero de 2014

Y NO PARABA DE LLOVER.- Por Carlos Moreno Morales

Despertó aquella mañana oyendo la lluvia repiquetear contra los cristales de su cuarto. Se levantó, como se levantan los cuerpos cansados por los años, con lentitud y parsimonia. Tenía todo el tiempo del mundo, aunque sabía que no le quedaba mucho para gastar en este mundo. Se vistió su amplia camisa y sus calzones de algodón. No le gustaba llevar ropa que le recordara su anterior vida en la ciudad, prefería parecerse a aquellos campesinos a los que ayudaba a sobrevivir.

Los recuerdos comenzaron a agolparse en su cabeza. Le llegó la imagen de su mujer, cuando todavía la enfermedad no le había arrebatado ni una pizca de su belleza natural. Sonrió sin ganas, como haciéndole una mueca a aquel triste destino, que le había ofrecido la mayor de las ironías, porque, al arrebatarle a su alma gemela, había abierto en él las ganas de ayudar a los demás. Se preguntó si ella le estaría observando, si sentiría, como él, que estaba haciendo lo correcto. Pensó que sí, que en algún lugar, en ese lugar donde van las almas buenas, ella estaría feliz de verle con los más pobres entre los pobres, con los más felices entre los felices.

Se asomó a la ventana y vio, entre la fina lluvia, que todavía regaba aquellos campos de cacahuetes, a los niños jugar con una pelota desvencijada. Miró a Thypeswamy y vio en su cara una sonrisa de felicidad completa. Esa felicidad que jamás había visto en su anterior vida occidental y civilizada. Entonces entendió que sí, que estaba haciendo lo correcto, lo que siempre quiso hacer. Comprendió que cuanto más das a los demás, más tienes en tu corazón. Y que la felicidad y la solidaridad se hacen más grandes, cuanto más se entregan a los demás.

Carlos Moreno Morales 
-Categoría La Rioja-

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