sábado, 22 de febrero de 2014

CADENA DE FAVORES.- Por Ana Palacios

La vida de Pedro Funes cambió cuando vio la película Cadena de favores. El impacto que le produjo fue contundente. Pasaban los días y no lograba alejarla de sus pensamientos. Y eso que él nunca había sido demasiado sensible. De hecho era bastante indiferente. Sin embargo, quizás porque el muchacho que protagonizaba la película era muy parecido a él cuando niño, Pedro sintió que valía la pena imitarlo.
La noche en que tomó la decisión durmió poco y mal. Estaba ansioso porque amaneciera. Quería poner en práctica su solidaridad con algún desconocido que necesitase ayuda.
Muy temprano, mucho más de lo habitual, salió dispuesto a cumplir su cometido. 
No bien se asomó al jardín, Pedro divisó a una anciana que intentaba cruzar la calle. Su dificultad era evidente. Su cuerpo, obeso y encorvado, daba claras señales de hallarse en condiciones poco saludables. 
Con premura, Pedro se le acercó y trató de sostenerla, para ayudarla a soportar su desvencijada osamenta. Mas, impensadamente, la mujer se incorporó con gracilidad y soltura. Y le clavó la mirada.
─¿Puedes explicarme qué estás haciendo? Inquirió con rudeza la anciana.
─Pues, intento ayudarla a cruzar la calle. Le respondió Pedro, turbado por su actitud contrariada.
─¿Y qué te motiva a ayudarme? Insistió con aspereza la mujer.
Pedro se turbó. En realidad no sabía qué responderle. No tenía en claro cuál era su motivación.
La anciana entonces sentenció: ─Lo que valida la acción es la intención. No ayudes a nadie hasta que tengas en claro que tu auténtica intención es dar servicio. Si realizas una acción solidaria para engrandecer tu ego, para sentirte mejor o más importante, ni tú y la persona a quien asistas saldrán beneficiados.
De inmediato Pedro comprendió que la cadena de favores era infalible. Él había salido dispuesto a dar y acababa de recibir. Había recibido una enseñanza fundamental; que recordaría por el resto de su vida.

Ana Palacios
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