miércoles, 26 de febrero de 2014

SEÑOR EN ESTADO SÓLIDO.- Por Ángela Hernández Benito

Se necesita persona altruista para cuidar a señor en estado sólido. Buen trato. Se valorará el dominio de la vocalización y velocidad lectora del cuidador así como su disponibilidad en días festivos. Preguntar por Rosa. El aserto de la revista de la ONG para la que iba a trabajar de voluntaria, me hizo sonreír. A continuación venía la calle: Calle Tentación, s/n, para más señas, y una notita sin apenas trascendencia, “junto al Demonio Rojo”. 

Bien, una vez superado el flash de lo del estado sólido, que podía interpretarse como un error –buen estado–, el de la callecita y el anexo –que también eran para nota–, me encontraba entre los candidatos cuidadores. De algo me habrían servido los años de psicología en la universidad de Lima, pensé. Cuadré en mi agenda las horas que empleaba en el estudio, las de tomar una caña y las de cuidadora voluntaria en eso que la tal Rosa llamaba señor en estado sólido.

–Hemos llegado. El taxista paró el cronómetro. 10 euros.

Allí estaba la vivienda que buscaba, un chalecito sin ninguna ostentación, parecido a las casas coloniales de Lima. Un minuto después me encontraba tomando el té con la dueña de la casa: Rosa, rubia, dicharachera, solitaria y sólida, por supuesto. Treinta minutos más tarde había conocido al hombre al que iba a cuidar. Tendría que leer alto y claro tres capítulos al día de un centenar de libros. Él, sólido, había contraído una ceguera, y Rosa, ochenta y tantos, le había prometido leerle todos los libros, pero la muerte le sorprendió sin haber cumplido la promesa.

Él se hallaba dentro de un precioso cofre en estado sólido, polvo orgánico, por supuesto, y Rosa descorrió delicadamente los visillos para que le diera el sol. Cuando terminamos el té, Rosa aguardaba mi respuesta. 

¿Quién era yo para que aquella promesa no se cumpliera? 

Nos pusimos de acuerdo en lo de las horas y unos minutos después me hallaba yo recitando los pasajes más emblemáticos de La Odisea ante las cenizas del muerto, había comenzado mi jornada laboral de voluntaria, y ¡mira por dónde!, aquella tarde me pareció la más maravillosa de todas las que había pasado desde que salí de Lima.

Ángela Hernández Benito
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