Había
que tener mucho cuidado, la pieza que tenía entre sus manos era muy frágil y su
valor quizás fuera incalculable. O quizás no, quién sabe. Aquella punta de
flecha podía datar de grandes batallas, perdidas en el tiempo, o de juegos
infantiles de hacía menos de un siglo.
Sin
embargo, su misión no era descubrir eso, no de momento. No se había apuntado al
campo de trabajo para eso, sino para hallar, investigar y clasificar las
múltiples reliquias del Imperio Romano que se encontraban en el enclave de Cruce
de los Tres Ríos, cumpliendo con ello dos objetivos: descubrir más datos sobre
la apasionante historia del lugar y evitar que se edificasen aquellos adosados
prometidos por el alcalde a sus “inversores” sobre un territorio que ocultaba
secretos más preciados que la vida misma.
Al
menos, aquello era lo que le gustaba pensar a Natalia. A ella, y a los otros
veinte chicos y chicas, de diferentes edades que se habían apuntado al Campo de
Trabajo con ese trascendental cometido; poniendo en la tarea, que ahora
consistía en limpiar puntas de flecha, sus cinco sentidos y quizás alguno más.
Esta
vez no había que competir con otros compañeros por un ascenso o una mejor nota.
No perseguían un aumento de sueldo ni tampoco la aprobación de un profesor que
apenas si conocía su nombre, no.
Se
trataba simplemente de hacerlo lo mejor posible, de colaborar con una causa
mucho más grande que aquellas trivialidades, de conservar el pasado,
contribuyendo aunque fuera ínfimamente, a construir un entorno que fuera un
poco menos mezquino que el día anterior.
Raúl Gutiérrez Martínez
-Categoría La Rioja-
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