viernes, 28 de febrero de 2014

LA PERSIANA.- Por Ángel Navas Rodríguez

Con un grito desgarrador, la persiana subió a trompicones, y, como por arte de magia, comenzó a bajarse la tristeza.
Evaristo murió hace ya cinco años. En este mismo cuarto. De viejo. Cuando empezaba a caer la noche, Matilde, hoy su viuda, acostumbraba a bajar las persianas de la casa. Ese día, al anochecer, la oscuridad de todos los días vino, y se quedó.
- Escúchame bien, Matilde –le dijo Pedro, el voluntario-. Quiero que todas las mañanas, en cuanto te levantes de la cama, lo primerito que hagas sea subir las persianas. 
El lamento del atrofiado mecanismo quedó solapado al instante por la invasiva claridad. Era un lugar donde anidaba la melancolía, pero después de tantos años en penumbra, la luz del sol, por fin, entró en la habitación. 
Y el silencio saltó hecho añicos. Matilde, llevándose las manos a las cejas, como si de una visera se tratara, y después de un leve carraspeo, levantó el auricular del teléfono.
- Si, dígame –dijo segura de si misma.
- Buenos días, Matilde –dijo Pedro, el voluntario-. A las once te recojo para ir a pasear.
Cogidos del brazo cruzan la calle y comienzan a caminar. El paso se ralentiza y Pedro, desde su atalaya particular, la mira de reojo.
- Ha sido muy duro perder a Evaristo –dijo Matilde, mirando de soslayo los balcones de su casa-. Creí que era fuerte, que lo aguantaría…
Pedro, el voluntario, sonríe satisfecho y la acaricia con cariño. Matilde acelera el paso. Hace un día precioso. Las persianas permanecen subidas.

Ángel Navas Rodríguez
-Categoría General-

GUARDIANES CALLADOS.- Por María del Carmen Macedo

Oímos la frase: el perro es el mejor amigo del hombre. Pero en mi experiencia como voluntaria en albergues de animales, constato la veracidad de la cita, pero faltó agregar una pequeña excepción: muchas veces el hombre es el peor enemigo del perro. Perruna, la comunidad donde apoyo y yo, acudimos a rescatar a 19 perros del dominio de un hombre mayor, quien pasó de ser  dueño a volverse un acumulador. Extensas jornadas en las que propios y extraños juntamos donaciones de alimento, primero para él, y también para los animales. Se esterilizó a los perros en tres días sin descanso con la ayuda de un veterinario que no cobró ni un centavo, se trabajó en convertir el “hogar” sucio, abandonado y carcomido por años de descuido en un nuevo albergue. De ser una brigada de voluntarios, fuimos más: héroes; padres y madres de los cachorros salvajes que nunca habían visto más que a un humano: el señor que decidió cedérnoslos y nos demandó por allanamiento de morada, él, quien tomó las donaciones y luego nos traicionó, nos sacó junto a los perros, pero no hubo quejas nuestras, recurrimos a la acción legal y no procedió nada. Sin haber perdido la calma y cariño a los animales, las horas de limpieza, cuidados veterinarios, el empeño para pintar y lavar pisos… se llegó a una mágica solución, el Albergue San Cristóbal nos abrió las puertas de sus terrenos, reunimos esfuerzos para construir corrales, solventamos los gastos de nuestro bolsillo y el resultado fue simplemente el porqué hacemos lo que amamos: los perros están sanos y libres de encierro, amenazas o malos tratos y para uno como ser humano, el sabor de boca de contribuir a un mundo sin violencia es único, porque la indiferencia y el mal en la sociedad empieza cuando se le da la espalda a los más inocentes. Es lo que siempre decimos a los niños que vienen por vez primera a los refugios, ellos, que serán los protectores del mañana.

María del Carmen Macedo 
-Categoría General-

REYES MAGOS.- Por María del Carmen Macedo

Año con año participo con mi esposo en un bonito proyecto llamado: Dona un juguete, un grupo de muchachos organizan colectas de ropa y juguetes nuevos o en buen estado y el domingo posterior al día de reyes se acude al lugar que se haya acordado para repartirlos, el primero al que asistí consistía en llevar los obsequios a un orfanatorio en donde había solo jovencitas. De modo que difundimos el evento por vía redes sociales y para este proyecto tuve la posibilidad de llevar bastantes donaciones, una bolsa grande de ropa de mujer para talla chica y mediana, además de juguetes para niñas más pequeñas, después en una camioneta se recabaría lo obtenido y se acordarían los últimos detalles de la convivencia que se llevaría a cabo con ayuda de otra organización hermana: Comida, no bombas. Camino al punto de reunión descendiendo del tren subterráneo había un hombre que tocaba la armónica por un par de monedas y a su lado dos niñas de menos de cinco años lo acompañaban aburridas. Lo pensé solo un segundo: del saco en que llevaba las donaciones ya contabilizadas tomé el juguete más grande, un juego de té y se lo puse en las manos a la niña mayor: ¿lo quieres?, dije, ella lo sujetó y con la otra pequeña lo miró asombrada, el hombre nos agradeció pero mi esposo y yo estábamos muy apenados por ese gesto de bondad que hacíamos de forma pública por vez primera. Tuvimos que reponer el juguete faltante, mas no importó porque una sonrisa extra nunca puede caerle mal a nadie. Las chicas del orfanato, además de la ropa nueva que lucieron, comieron lo que los colegas llevaron. Incluso conocidos que manejan las artes escénicas brindaron un espectáculo de payasos y las más chicas abrieron sus juguetes ansiosas, de la misma manera en que recuerdo a esas dos niñas sentadas en el suelo en medio de un melancólico ritmo de armónica.

María del Carmen Macedo 
-Categoría General-

EL PODER DE RENUNCIAR.- Por María Gherasim

Nuestra vida es un instante entre el momento de llegar en el mundo real y el momento de pasar hacía el desconocido. Entonces me pregunto ¿cómo da tiempo de odiar, de destruir, de matar? Se puede dedicar un poco de tiempo para amar. El mundo está mal repartido: entre su lado lleno de riqueza y otro de dolor existen almas  que llegaron a ignorar cualquier sufrimiento, que les dan igual el dolor, el vivir, el morir porque de ellos se olvidó hasta el Dios. Si intentaremos dejar de pensar en nosotros mismos, será un buen comienzo de repensar la vida, de dejar de lado el orgullo de dominar el mundo. Entonces nos daremos cuenta que no son necesarias las armas, que mejor se pueden construir puentes entre almas, hogares donde los niños crezcan felices y preparen el futuro de este mundo envejecido e infeliz. Y así poco a poco como un aleteo de mariposa el efecto podrá llegar en cada rincón del mundo derrumbando barrera por barrera. Se puede empezar muy sencillo, renunciado cada día a pequeñas cosas, insignificantes para nosotros pero muy importantes para otros porque se pueden convertir en esperanzas de vivir un poco mejor o simplemente de vivir. El poder, la riqueza no traen la felicidad, al contrario, traen más deseos y frustraciones de no llegar a cumplir con todo porque cada día hay más y más...Encontrar la felicidad, no es fácil pero se puede inventar: si miramos en los ojos de un niño hambriento cuando le regalamos un trozo de pan, si miramos las lágrimas de un abuelo cuando le damos un abrazo en el día de su cumpleaños, si miramos la sonrisa de un hombre sin techo cuando le regalamos un té caliente en pleno invierno, descubrimos que la felicidad existe  tan cerca de nosotros, solamente tenemos que tener ojos para ver y tiempo para entender la simplicidad de las cosas que pueden traer una gran complejidad de inesperados cumplimientos.

María Gherasim
-Categoría La Rioja-

LA RISA, LA MEJOR MEDICINA.- Por María Martínez García

La sala está en penumbra. La poca luz que ilumina la estancia proviene  de los cuatro focos que alumbran mi espejo. Me siento frente a él y observo la imagen que me devuelve. Mi vida no es perfecta, ni mucho menos, pero en este momento yo no importo, simplemente soy una pieza más en este rompecabezas llamado mundo. Empiezo a revolver todo. Pintura por aquí, pintura por allí. El traje y lista. Recorro los pasillos mientras rostros rotos de dolor me observan, sonríen y siento que haberme levantado de la cama ya ha tenido sentido.  Por fin llego a mi destino. Ante mi hay una gran puerta doble sobre la que cuelga un letrero: “Ala de pediatría”. La abro y el sonido de las risas infantiles se mezcla con los llantos silenciosos. Cada mañana el mismo recorrido, de la sala 320 a la 380. Una tras otra van alegrándome el día. Hay una en concreto, la 327, donde entrar es la mayor alegría, y a la vez la mayor tristeza. Llamo a la puerta y una voz risueña me permite entrar. Todas las mañanas la misma rutina, entro, la joven se acerca a mí, lee la placa que hay en mi traje y siempre dice la misma frase: “¡Mamá!¡Ya ha llegado Lucy la payasa!”. En ese momento mi sonrisa crece y aunque Alicia al día siguiente no me recuerde, por culpa de su enfermedad, se que debo hacerle olvidar donde está y sacarle una gran sonrisa.

María Martínez García
-Categoría La Rioja-

EL DOLOR DE OLINDA.- Por María Cristina Beovide

Cuando el obstetra empezó a maniobrar con decisión en el cuerpo de Olinda la partera  le apretó  fuerte la mano derecha que colgaba al costado de la camilla. Esperó un gesto de dolor, de miedo, para acompañarla, para que supiera que ella entendía su padecimiento. Pero no hubo una sola lágrima ni un ligero humedecimiento en los ojos de la mujer. Se dejaba hacer como si no se tratara de su cuerpo, como si esa carne hinchada y caliente no le perteneciera.

Olinda  sostuvo por algunos segundos una imagen que, como tantas otras veces, vino a  su mente. Aquella primera vez en que el  abuelo Antonio le hizo un juego que le dolió mucho y sangró. “No es para sufrir, mi chiquita, sos mi reina y me gusta jugar con vos, pero sólo con vos ¿sabés?” .

La partera también desandó el tiempo y recordó su ingreso como voluntaria en el Hospital de Niños. Tenía dieciocho años.  En esa tarea aprendió el valor de una caricia, de una palabra, del silencio compartido.

La mano de Olinda seguía  sin moverse,  laxa  en la mano de la partera. Olinda pensó ¿Esta mujer tendrá hijos? Luego la cabeza  se  le fue ordenando  de nuevo con las prioridades del cotidiano. Que sus hijos quedaron con la vecina, que si le alcanzaría la plata que  dejó. Que si se curaría de esta infección. Que si le darían gratis los remedios. 

Cuando la partera,  inclinándose despacito hacia ella, le susurró en el oído una antigua nana, la muchacha se sobresaltó. Sonrió avergonzada y unas cuantas lágrimas se animaron a bajar por su  piel áspera, injustamente áspera.

María Cristina Beovide
-Categoría General-

AMARGO Y DULCE.- Por Sandra Monteverde Ghuisolfi

La doctora Farías llegó a la plantación de cacao después de un larguísimo y fatigoso viaje a través de la jungla nigeriana. Llevaba una gran cantidad de vacunas de las cuales se había provisto en una ONG de la zona. Sabía que en los cacaotales se vive bajo la planta casi, pues el control del crecimiento los árboles debe ser diario, continuo y minucioso. Por tanto, allí mismo encontraría niños que con seguridad jamás fueron vacunados. Virginia Farías llevaba muchos años luchando por la salud y la educación de los niños africanos, pero jamás se imaginó encontrarse un panorama tan pobre y desolador. Contó quince pequeños de ambos sexos, con edades comprendidas entre el año y los diez o doce, que presentaban claros signos de malnutrición. La médica hablaba un poco de cada idioma, por lo que se dirigió personalmente al encuentro del plantador mayor, de quien obtuvo el permiso para inocular a los niños; luego con mucha paciencia les explicó a los más grandes, que la miraban con una mezcla de respeto y fascinación, que sentirían como si los hubiera picado un tábano. Se corrió la voz entre todos y ni uno solo de los pequeños pacientes se quejó ni lloró. Una vez terminada la tarea, la doctora se sentó bajo un enorme árbol a descansar, hidratarse y reponer fuerzas, antes de retomar el camino y volver a Abuya, la capital del país a cientos de kilómetros hacia el sur. Tímidamente los niños se fueron acercando y Virginia repartió el contenido de su mochila entre los pequeños: dos botellines de agua tibia y varias chocolatinas. Los críos cogieron un botellín para repartir entre todos y dedicaron toda su atención al dulce. Mas tarde y aún chupándose los dedos cada uno se acercó a agradecerle que los hubiera convidado con el manjar más exquisito que hubieran probado en sus cortas vidas.

Sandra Monteverde Ghuisolfi
-Categoría General-

jueves, 27 de febrero de 2014

EL VOLUNTARIO.- Por Eva Torre Fernández

Ya casi ni me acuerdo de los cinco años de tedio, desesperación e infierno que pasé cuando la empresa familiar quebró. Me levantaba todas las mañanas porque si no lo hacía, mis padres me habrían obligado a levantarme. Me iba después a dar una vuelta, fingiendo que iba a buscar trabajo (sí, lo hice los dos primeros años, pero luego ya no tenía ni fuerzas). Caminaba por las calles menos céntricas para no encontrarme con nadie conocido, para no tener que dar explicaciones, aun sabiendo que había mucha gente en la misma situación que yo porque la crisis había arrasado con muchos puestos de trabajo y muchas vidas. Por la tarde me quedaba en casa y pasaba horas en internet haciendo amigos virtuales que nunca conocería en persona. Había empezado a tener problemas con mis padres porque bebía demasiado, cada día comenzaba a beber un poco antes de que llegara la hora de la cena. 

Pero ya casi ni me acuerdo de esos cinco años y seguramente queden enterrados en la memoria negra del tiempo, donde se guardan los pecados no confesados, las depresiones pasadas, los deseos no cumplidos, las locuras y crímenes más inhumanos. Mi memoria, mi corazón y mi cerebro están hoy llenos de una esperanza y una alegría profundas, desde que decidí dar el paso. Hoy, sencillamente, soy feliz ayudando a otros y he comprobado que es verdad lo que una vez leí: Que aquello que te guardas para ti, lo pierdes, pero aquello que das, es tuyo para siempre.

Eva Torre Fernández
-Categoría La Rioja-

EL SEXTO SENTIDO.- Por Raúl Guadián Delgado

La tristeza colgando de las pestañas 
Miradas huidizas 
La vergüenza prendida al pecho 
y los rugidos de tripas provocados por hambres dolorosos por desconocidos.

Los fracasos asomados al balcón de los hijos de las madres
La ilusión, cercenada sin saberlo, de los niños que maduran de sopetón
La desidia de las corbatas que, cada cuatro años, reparten abrazos a diestra y siniestra.

Y Sara, voluntaria de esas que ponen el mismo esmero, cariño y mantel que pondrían en su negocio, dignificando el guiso diario en un comedor social. Condimentado, el guiso digo, con la pasión que solamente se otorga a los compromisos que se nos pegan al costillar y no nos abandonan. Porque desarrollan el sexto sentido… ese que te permite distinguir la marginalidad que acecha. Ese, en resumen, que te permite disfrutar de las cosas pequeñas, que son las que merecen la pena. Para quitar las pinzas que sujetan la tristeza en las cuerdas de las pestañas y que la vergüenza abandone unos ojos que nos quieren mirar de frente. Porque, cambiada la hoja del almanaque, la ilusión volverá a sus miradas gracias a esos ángeles con arrugas en la frente y el sexto sentido pegadito al pecho, siempre al acecho.

Raúl Guadián Delgado
-Categoría General-

ESOS OJOS.- Por José Serna Andrés

Eduard dobló el pañuelo por los pliegues y siguió sentado en la silla, delante de Mary.

   -Esta falda está muy bien cortada – decía Mary, mientras enseñaba el vestido a la voluntaria que los visitaba -. pero en esta residencia nadie lo sabe.

La mujer observaba a los dos ancianos con atención. Eduard no se comunicaba verbalmente, pero, a la hora de comer, si le gustaba la comida los abría, si no le gustaba los cerraba. Daba igual si le empujaban con suavidad el codo para que alzase la cuchara hasta la boca. Eduard sabía muy bien lo que hacía. ¿Por qué nadie de la residencia se había enterado de que había sido contable? ¿Por qué no importaban sus gustos, sus aficiones, sus deseos? ¿Es que era invisible?

   -Y tú, Eduard, no hace falta que hables conmigo –proseguía Mary -. Nunca me has caído simpático. Pero por lo menos está bien cortado el pantalón que llevas. Me gusta.

La voluntaria seguía preguntándose por qué tampoco le interesaba a nadie la vida de Mary. Había sido modista en un barrio de la ciudad. Eduard parecía no darse cuenta de nada, pero sus ojos no perdían un detalle.

   -¿Vamos a caminar un rato por el jardín? –dijo la voluntaria.

Eduard abrió los ojos y sonrió. Hacía mucho tiempo que no pronunciaba una sola palabra. Cogió su bastón y comenzó a caminar al lado de ella. La felicidad está en la lentitud, parecía decir con aquella mirada. Le brillaban un poquito los ojos.

Estuvieron unos minutos caminando y se sentaron en un banco. Otra cuidadora apareció por el otro extremo del jardín con Mary. A Eduard volvieron a brillarle intensamente los ojos.

José Serna Andrés
-Categoría General-

"Sin título".- Por Maite Gamero Andueza

Si a Jaime le hubieran puesto una imagen de su futuro cuando comenzó su carrera de Ingeniería en la UR nunca hubiera pensado que su vida cambiaría de aquella manera. Acababa de cumplir 18 años y, gracias a la economía de sus padres, pasó cuatro años con los libros como última opción. Nunca había necesitado nada y quizás por eso no entendía que Rebeca, su compañera de piso, tuviera tantos problemas. Jaime hablaba de la crisis, de la prima de riesgo, de la subida del IVA, de los desahucios…siempre desde un punto de vista empresarial que Rebeca no llegaba a soportar y que fueron buena parte de sus discusiones durante años. 

Tras ese tiempo y un master en Londres, Jaime volvió a Logroño con ganas de comerse el mundo. En realidad, ya lo había intentado en Madrid y en Barcelona, pero no lo había conseguido. Su imagen superficial impedía al joven buscar un empleo por debajo de sus expectativas y, lo que comenzó siendo un juego de ‘señoritos’ se convirtió en una pesadilla.

En uno de esos paseos entregando CV, Jaime entró en una cafetería desesperado por un poco de cafeína. Al llevar la mano al bolsillo se preguntó que qué había sido de aquel muchacho que salía en la foto de su DNI. Todo había cambiado. Rebuscando euros en su cartera también encontró el teléfono de Rebeca. En realidad, era una excusa porque nunca se había olvidado de ella. ¿Cómo sería ahora su vida?, ¿cómo decirle que tenía razón?. Dudó en llamarla. Como tantas veces. Recordaba sus charlas sobre el voluntariado, sobre su vida en las ONG’s y tantas esas cosas que Jaime odiaba porque “no daban dinero”. Tres tonos... nada. Quizás había cambiado de teléfono. Finalmente, intuyó una sonrisa detrás de su teléfono. Esa sonrisa que, a pesar de todo, veía día a día en la cara de Rebeca y que sin querer había conseguido cambiar su mundo. Un mundo que él, como ese café, empezaba ahora a saborear. 

Maite Gamero Andueza
-Categoría La Rioja-

¡hasta el techo! - Por Lisardo Díez Llamazares

Lola era menuda. Más risueña que morena o al revés, según la ocasión. Morena, menuda y risueña. Cada tarde, a mi llegada, sus infantiles pasos se hacían carrera por un pasillo estrecho para, al fin, echarse en mis brazos y relatarme sus aventuras cotidianas. Unas veces contenta, otras callada, su mirada buceaba en mis ojos mientras me decía que ese día también se había acabado toda la comida del plato. Reclamaba así su premio, ese que inventé especialmente para ella. Entonces, yo la alzaba entre mis brazos y ella estiraba los suyos, hasta llegar a acariciar el techo con las manos. En ese momento, en el fugaz roce de sus yemas contra el yeso, Lola era inmensa y feliz. Lo era.

Su pequeña estatura la anclaba a un suelo que acostumbraba a ser uniforme, y el escaso metro de zócalo que quedaba a su alcance le resultaba aburrido por conocido. Las paredes del piso de acogida la asfixiaban a diario al oprimirla con su verticalidad. Lola no comprendía por qué vivían allí. No entendía por qué mamá se callaba tantas veces unas lágrimas que susurraban miedos al hablar, saladas, desde el vértice silencioso de una mirada triste.

Durante los escasos meses que pude compartir con ella traté de salvarla de un devenir previsible, impuesto por circunstancias adultas tan ajenas como angustiosas. Aleatorias como la vida, las incógnitas de su presente y su futuro no hacían esperar ningún resultado positivo. Lola era, sin saberlo, la parte más maltratada de la ecuación.

-Gracias, Olga.- dijo al encontrarnos, años más tarde, durante uno de tantos paseos.
-¿Gracias? ¿Por qué?-pregunté ignorando los motivos de tan extraño saludo.
-Por nuestros techos.-contestó- Por todo. Por ayudarme a crecer al enseñarme a soñar.

Lisardo Díez Llamazares
-Categoría La Rioja-

¿QUÉ PINTO YO AQUÍ?- Por Pilar Añíbarro Aguado

Pintora, llegó con la paleta dispuesta a plasmar en un lienzo los coloridos de Madagascar. Al llegar, pudo comprobar que el marrón era el predominante, chabolas de barro del mismo color que los pequeños que la miraban. Decidió pintar el agua azul, lo único que vio era el mismo tono de las garrafas que esperaban llenarse en un surtidor y cuyas mujeres cargaban en sus espaldas. Decidió pintar el verde, únicamente veía campos de arroz y el monocromático blanco de sus platos. Recordó los colores pastel, era la única forma de utilizarlos para aproximar el dulce a esos hambrientos niños. Para pintar grises tuvo que acudir a un centro de acogida donde las canas de los enfermos descansaban en colchones sobre el suelo. El amarillo aportado por el sol favorecía el sudor de aquellos hombres cansados que cargaban carros repletos de piedras tirados por bueyes. Regaló su equipo a la única escuela, se enfundó una camiseta de voluntaria y se puso a trabajar. El arco iris apareció en el horizonte.

Pilar Añíbarro Aguado
-Categoría General-

miércoles, 26 de febrero de 2014

DESPUÉS DE LA TORMENTA SÍ SALIÓ EL SOL.- Por Araminta Gálvez

La tormenta asoló la aldea y durante una semana entera, la lluvia no cesó de caer. Los frágiles techos de las casas no soportaron esa embestida líquida y tenaz y se derrumbaron llevando consigo la vida de hombres, mujeres y niños que se pensaban protegidos dentro de su hogar. Las montañas se derrumbaron como castillos de arena llevando consigo piedras enormes, árboles arrancados de tajo, animales muertos y un lodo oscuro y sin esperanza. El paisaje se volvió gris y el sol no apareció durante varios días. El hambre, el frío y el miedo reinaban por todas partes. Las noticias eran desalentadoras. Las carreteras se habían interrumpido por los deslaves y no había esperanzas de que alguna ayuda llegara. ¿Quién se expondría en una situación así? Amanda tiritaba en el rincón de la iglesia donde Joaquín la había arrastrado con las pocas fuerzas que todavía le quedaban y ella ya no sabía qué era más intenso, si el dolor de sus dos piernas fracturadas, el hambre que la atormentaba o la impotencia y desesperación por ya no tener leche en sus pechos para alimentar a Joaquincito que ni siquiera tenía fuerzas para llorar. Desde sus triles los santos la miraban desolados. No había ningún resquicio de luz. Las velas se habían agotado y las ropas secado en sus cuerpos. 

Cuando la puerta se abrió y entraron esos jóvenes embarrados de lodo, cargando mochilas con alimentos y medicinas y diciendo que eran voluntarios que llegaban para ayudarlos, Amanda no lo podía creer, pero cuando vio a Joaquincito bebiendo lentamente la leche del biberón entendió que los milagros todavía existen y que la promesa de la esperanza aparece aún en la peor oscuridad.

Araminta Gálvez
-Categoría General-

CADA DÍA.- Por Ángel Salgado

Abrimos las puertas, cola interminable que siempre termina.

No hay números para todos, vuelva usted mañana.

Bandejas oscuras llenas de comida,
no sé si mucha, seguro que poca.

Abundan las hambres y las ganas de ayuda,
añade a cada plato una ración de ternura.

Hora de cierre, no queda nada,
con los platos y vasos se apilan las ansias.

Qué pena de historia compañera,
dame un abrazo y hasta mañana.

La cola ya nos espera.


Ángel Salgado 
-Categoría General-

SEÑOR EN ESTADO SÓLIDO.- Por Ángela Hernández Benito

Se necesita persona altruista para cuidar a señor en estado sólido. Buen trato. Se valorará el dominio de la vocalización y velocidad lectora del cuidador así como su disponibilidad en días festivos. Preguntar por Rosa. El aserto de la revista de la ONG para la que iba a trabajar de voluntaria, me hizo sonreír. A continuación venía la calle: Calle Tentación, s/n, para más señas, y una notita sin apenas trascendencia, “junto al Demonio Rojo”. 

Bien, una vez superado el flash de lo del estado sólido, que podía interpretarse como un error –buen estado–, el de la callecita y el anexo –que también eran para nota–, me encontraba entre los candidatos cuidadores. De algo me habrían servido los años de psicología en la universidad de Lima, pensé. Cuadré en mi agenda las horas que empleaba en el estudio, las de tomar una caña y las de cuidadora voluntaria en eso que la tal Rosa llamaba señor en estado sólido.

–Hemos llegado. El taxista paró el cronómetro. 10 euros.

Allí estaba la vivienda que buscaba, un chalecito sin ninguna ostentación, parecido a las casas coloniales de Lima. Un minuto después me encontraba tomando el té con la dueña de la casa: Rosa, rubia, dicharachera, solitaria y sólida, por supuesto. Treinta minutos más tarde había conocido al hombre al que iba a cuidar. Tendría que leer alto y claro tres capítulos al día de un centenar de libros. Él, sólido, había contraído una ceguera, y Rosa, ochenta y tantos, le había prometido leerle todos los libros, pero la muerte le sorprendió sin haber cumplido la promesa.

Él se hallaba dentro de un precioso cofre en estado sólido, polvo orgánico, por supuesto, y Rosa descorrió delicadamente los visillos para que le diera el sol. Cuando terminamos el té, Rosa aguardaba mi respuesta. 

¿Quién era yo para que aquella promesa no se cumpliera? 

Nos pusimos de acuerdo en lo de las horas y unos minutos después me hallaba yo recitando los pasajes más emblemáticos de La Odisea ante las cenizas del muerto, había comenzado mi jornada laboral de voluntaria, y ¡mira por dónde!, aquella tarde me pareció la más maravillosa de todas las que había pasado desde que salí de Lima.

Ángela Hernández Benito
-Categoría General-

VOLUNTARIO PARA LA VIDA.- Por Eva Mª Ortega Vallejo

Voluntario para la vida. Voluntario al servicio de la vida. Porque la vida es un movimiento de intercambios donde los efectos beneficiosos de la acción individual se difunden de manera exponencial y, arraigada en una colectividad crece, prospera y se vuelve más fuerte y fructífera. Porque la acción del voluntariado nace de un deseo de ayudar a los más desprovistos y es un sentimiento muy vivo que comienza a nivel individual, echando mano de talentos, competencias personales y profesionales y, sobretodo, de la disponibilidad. Con un simple gesto pueden cambiar la vida de una persona, contribuyendo así a la construcción de un mundo mejor.  Una construcción dura y constante que les hace sudar un néctar de humanismo,  gotas de sudor de amor. Esta imagen de los voluntarios expresa con poesía toda la fuerza y la belleza de la acción del voluntariado, que son recompensados y saciados, únicamente, con la sonrisa del que ayudan. Porque con sus pequeños gestos individuales, cada vez que llevan la asistencia a una persona, es toda la comunidad humana la que crece influyendo así en la transformación a un mundo más humano, más solidario y más justo. Porque son los pequeños gestos, auténticos y constantes los que transforman el mundo. Es la fuerza del amor que hace crecer el mundo. Una progresión lenta pero segura con los voluntarios al servicio de los demás a través del voluntariado. Un voluntariado que tiene tanto valor… que no tiene precio.

Eva Mª Ortega Vallejo
-Categoría La Rioja-

UN DÍA DIFERENTE.- Por Cristina Prieto Solano

Ese día no habían venido muchos niños a la actividad. Casi todos ellos se habían puesto con los ordenadores y se habían encerrado en su mundo de juegos y vídeos, colocándose los cascos para dejar clara la distancia entre ellos y nosotros, los voluntarios. Era un hospital de maternidad, y los niños que nos llegaban (por suerte para mi salud emocional) eran de corta estancia, así que no daba tiempo a encariñarse con ellos y nunca pasaba nada malo. La utopía de alguien como yo que quiere ayudar pero sufre con la desgracia ajena. Pero una niña había decidido que su juguete iba a ser diferente, su juguete iba a ser yo. Se le notaba, por el tono autoritario que usaba y por la media sonrisa satisfecha, que sabía que yo no podría replicarle casi nada, y llevaba más de una hora dando órdenes y exigiendo cualquier cosa que se le pasaba por la cabeza. Muy a mi pesar empezaba a tenerle rencor. Al cabo de un rato más debió a cansarse porque exigió un ordenador. Aliviada, le dije que el del fondo estaba libre, y no pudo ser mayor mi sorpresa cuando se le transformó completamente la cara al mirar en la dirección que le estaba indicando. Cambió de idea, me dijo que prefería hacer cualquier otra cosa. Le pregunté por qué y señaló el armatoste con el que tenía que andar, para mantenerle el suero. Me dijo que no quería molestar a los otros niños intentando pasar con eso. Noté su vergüenza, y todo aquel rencor desapareció. Sólo era una niña que tenía miedo de ser diferente, de que los demás la consideraran diferente. La ayudé a pasar y no molestamos a nadie, y su sonrisa fue toda la recompensa que necesitaba.


Cristina Prieto Solano
-Categoría General-

ESQUEMA DE PIRÁMIDE.- Por Miguel Angel Molina Jiménez

¿Puede un hombre mover una montaña? La respuesta es sí, puede. Solo tiene que hacerlo piedra a piedra, con la ayuda de muchos más y constancia. No hay gesto, por minúsculo que sea, que pueda considerarse inane, estéril, infructuoso. Vale una naranja en la mano de un hambriento, el aliento de ánimo en el oído de un desgraciado, un grito de justicia en un muro, la mano que cruza la calle, que empuja la silla, que levanta un cuerpo incapaz de autogobernarse. Vale la calderilla que tantas veces nos pesa en los bolsillos, el beso en la frente de un anciano, de un enfermo, de aquellos a los que apenas conocemos pero que están tan próximos como en la habitación o en la cama de al lado. Vale la manta sobre la espalda de ese rostro espantado que nos da las gracias en mil y un dialectos, las horas de cocina en un comedor que no es el nuestro, la ropa, los muebles, los juguetes para los niños, el café que se paga y queda pendiente de que se lo tome alguien que no puede permitírselo. Convenced a dos personas para que lleven a cabo alguna de estas u otras acciones solidarias, y pedidles que ellos, a su vez, se comprometan a realizar la misma tarea divulgadora. Dos voluntarios serán cuatro y cuatro, ocho. Las matemáticas son el método más fiable para cuantificar el progreso de la humanidad, y la multiplicación la más beneficiosa de sus operaciones. Lograremos que de la cúspide de una idea nazca la mayor de las pirámides, abarcando su base al planeta entero.

Miguel Angel Molina Jiménez
-Categoría General-

TATIANA.- Por Fernando Martínez López

Tatiana tiene doce años y hace ya uno que se le ha puesto cara de mujer. Justo el tiempo que hace que su madre la abandonó a su padre, a ella y sus dos hermanos pequeños.

Tatiana desde entonces se levanta temprano para preparar el desayuno de sus hermanos y la comida del padre que se lleva al trabajo en la bananera. Lava y peina a sus hermanos pequeños y salen los tres muy temprano, camino de la Escuelita, donde aprende a leer la vida y escribir sus sueños. Me la encontré cerca de la parroquia y se ofreció a enseñarme su Zoo a cambio de un donativo voluntario. Porque Tati tiene un Zoo Mágico y allí andan en sus jaulas de madera un guacamayo rosa, un tucán negro, una serpiente de agua, un perico azul, una iguana renqueante y un loro que no calla.

Tati me sacó un dólar por la visita que inmediatamente guardó en su chanchito de barro para hacer realidad su sueño, ser manicura. Le gusta decorar las manos como querría decorar la parte más dura de la vida. Se levanta a las cuatro de la mañana todos los días y me confesó su secreto…pone, en su cabaña de caña, el viejo televisor sin voz para no despertar a nadie y poder ver a su programa favorito: ¡los dibujos animados! Porque Tati, además, es una niña. 

Ayer recibió carta de Laura, su madrina española de escuela, que todos los años le paga los sesenta euros que cuesta la comida de la escuela. Me preguntó qué significa la palabra DESHAUCIO y se lo dije. Tati no dijo nada. Rompió su chanchito de barro y me dio una carta para Laura con un poco de polvo de las alas de su mariposa mágica y siete dólares ahorrados para que Laura pudiese pagar el primer microcrédito de una cabaña de caña allá en España. Tragué, como pude, la amarga saliva de la vida…Tati tiene padrino nuevo. 
 
Fernando Martínez López
-Categoría La Rioja-

EXTRAÑOS.- Por Elisa Natalí Moyano

Aquél día, cuando desperté, abrí los ojos y contemplé la delicadeza de su rostro, su cuello delgado y perfumado con su loción favorita fortalecía mi deseo de acariciarla. En su vientre, latidos presurosos resonaban y la maternidad pulía su cuerpo mientras la envolvían las sábanas.  La vida nos había unido y vivíamos del amor, sin pensar en lo sorprendente que puede ser el destino, que nos somete a pruebas y decide por nosotros.

Aquél día, viajábamos por la carretera hacia el sur cuando sucedió aquello. La rapidez con la que los hierros se deformaban luego del golpe no alcanzaba la velocidad que llevaba mi mente  pensando en proteger lo que más amaba, mi familia. Pero, la brutalidad con la que rodábamos me lo impedía; en ese momento experimenté el sentimiento más devastador. Y cuando el vehículo se detuvo, me encontré cautivo del dolor y el sufrimiento, sin poder moverme.  

Escuché su respiración, de pronto alcancé su mano. Su mano temblaba y aunque había cerrado los ojos, las lágrimas resbalaban por su rostro revelando su estado de máxima sensibilidad, de dolor físico y espiritual que le perforaba y desnudaba el alma. Y ahí estaba la muerte, obligándola a conocer sus propios límites, mientras que el miedo se dilataba en su interior. 

Yo estaba desfalleciendo por la impotencia, hasta que oí la resonancia estridente de sirenas acercándose y voces me hablaban intentando sosegar mi llanto y suplica. Había alguien ahí. Extraños, queriendo librarnos de la agonía, ofreciendo un pedazo de sus vidas, dándonos tiempo.

Ya pasaron tres años, cuando miro a mi hijo, puedo verla a ella también. Pero siempre recordaré con el más profundo sentimiento de gratitud a esos extraños con ojos ahogados porque han visto el gran poder de las fuerzas sin control. 

Elisa Natalí Moyano
-Categoría General-

COMO AQUEL HUESO DE MELOCOTÓN.- Por Eva Martínez

Era un día de primavera, podría ser marzo, podría ser abril. Los primeros rayos de sol chocaban contra las ventanas del Centro de Día. Como cada mañana, iban llegando al centro los abuelos y abuelas de los pueblos de alrededor. A la cabeza Don Santiago, camionero de toda la vida y por ello quería llegar el primero a todas partes, sobre todo al pequeño huerto adaptado donde sembraban sus propias hortalizas.

Aquel día fue muy especial, tenían melocotón de postre. La mayoría de los abuelos decían: “¡Está Gloria Bendita!”, “¡Sabe a teta! ¡Más dulce que la miel!”. Mientras lo estaba saboreando el señor Santiago, mirando al huerto pensó: “¡Este hueso me lo quedo yo!”.  Con cierta picardía, envolvió el hueso del melocotón en una servilleta, salió al huerto y con la ayuda de una azadilla lo sembró.

Un tiempo después, el hueso germinó. Para que este arbolito creciera fuerte y hermoso requería de muchas tareas: labrar la tierra, abonarla, evitar que los brotes se los comieran los pajarillos, regar, podar... Santiago necesitaba ayuda. Habló con sus compañeros y voluntariamente cada uno fue adquiriendo una tarea: la señora Carolina abonaba la tierra con peladuras de manzana, Pepe asustaba a los pájaros con su bastón… cada uno tenía su responsabilidad y de todos dependía que ese árbol creciera “como Dios manda”.

Y así fue, del trabajo de todos creció un bonito melocotonero. Así como muchos proyectos también crecen, llevados a cabo por personas que voluntariamente se implican sin otro objeto que el dar lo mejor de sí mismos. Éstos, también obtienen sus frutos, dulcísimos melocotones, como los que salieron aquel día soleado de primavera, podría ser de marzo, podría ser de abril.

Eva Martínez, 
Usuarios Centro de Día Moncalvillo
-Categoría La Rioja-

EL MEJOR MENSAJE.- Por Marina Grisel Moyano

Marcos era un niño feliz, alegre, juguetón, que inundaba cada rincón del hogar con su vitalidad.Pero en los primeros días de aquel invierno todo cambió para él, sus padres, sus abuelos… La noticia menos esperada, aquel maldito diagnóstico, los golpeó con crudeza.

En sus apenas diez años de existencia no recordaba haber estado en un lugar así, tuvo que rehacer su vida en ese lugar tan blanco y frío, de paredes altas, máquinas y equipos raros para él, con mangueritas y cables por todos lados. Tenía miedo, incertidumbre, no entendía muy bien qué pasaba ni  qué le hacían. Sus padres eran dos personas que trabajaban para él, al igual que el resto de la familia;  era muy costoso el tratamiento; allí Marcos se sentía solo, por momentos pensaba que al enfermarse sus amigos, su  familia ya no lo querían.

Hasta que un día la gigantesca puerta se abrió y por ella entró una joven; el niño reparó en su mirada tierna y su guardapolvo colorido.

Era la vida misma entrando a la habitación y los ojos de Marcos se iluminaron, hacía un tiempo que no tenía esa sensación tan linda; Alicia le dio un gran beso y abrazo que le pareció eterno.

Esa primera tarde fue de rompecabezas, la siguiente de aviones y la otra de cartas; y la mejor: la tarde de los cuentos. Esas paredes blancas conocieron la risa contagiosa de Marcos.

Aunque el grupo al que pertenece Alicia  acostumbraba ir al hospital día por medio, la joven  visitaba al pequeño cada tarde.

En una de esas ocasiones, al entrar a la habitación vio la cama vacía. Una mezcla de incertidumbre y tristeza la invadió. En ese instante recibió un mensaje de los padres de Marcos: “Querida Alicia, te esperamos los tres en casa para compartir la tarde de sol en el jardín”.

Marina Grisel Moyano
-Categoría General-

MI PRIMERA GRAN MISIÓN .- Por Susana Arnelas Santano

Pasaban ya las ocho y media cuando crucé la frontera de civiles y soldados. Tras monótonas e infinitas autopistas, me adentre en un camino abrupto inundado de impotencia. Tirado en medio de él se hallaba un antiguo letrero de bienvenida a la entonces ciudad. Todo parecía quedar pendido a modo de marioneta, dando la impresión de desplomarse en cualquier momento. 

Llegué a mi destino, frente a mí el único edificio que aún quedaba en pie, un hotel ahora reconvertido en centro de coordinación para el voluntariado. Bajé del coche, presurosa y desconfiada, cogí los pocos enseres que me acompañaban. Estaba desierto. Habían salido. La vieja radio anunciaba nuevos bombardeos en la zona norte. 

El camino hacia mi trinchera estaba oscuro, las escaleras crujían disimulando una risa burlona, la puerta chirriaba y el frio se colaba por la grietas; ya no había cristales, fueron sustituidos por plásticos. Toda la estancia formaba un conjunto al que yo estaba poco acostumbrada. Mi primera gran misión, me decía a misma durante el viaje. Los días anteriores a la partida los había dedicado a recopilar información; periódicos e infinidad de noticas sobre la situación del país. GUERRA era siempre el titular. No tenía miedo, no sabía su significado. 

A estas horas, rozando las once de la noche el humo del cigarrillo me inspira confianza en el desvelo de la noche con millones de preguntas sin respuesta y de nuevo las dudas, sólo en este momento me di cuenta que tenía las mejores armas para luchar: Solidaridad, oportunidad, ilusión, generosidad, sueños, dignidad, respeto e igualdad.

Susana Arnelas Santano
-Categoría General-

TESORO INVALUABLE.- Por Patricia Dorantes Ham

Recuerdos los rodean por todas partes. Algunos quisieran huir de ellos, pero la mayoría los atesora como si estuvieran hechos de pequeñas piezas de oro. En un pequeño baúl almacenan ese primer beso robado que se perdió en un cálido día de un lejano verano. En ese mismo lugar, entre la añoranza de los ausentes, guardan la tibia imagen del abrazo de los nietos, esos pequeños a quienes ellos amaron con más fuerza que a sus propios hijos.  Así transcurren sus días; aferrándose a difusos recuerdos de tiempos mejores, cerrando los ojos para olvidarse por un instante de las dificultades de su presente. ¿Quién podría atreverse a culparlos? A ningún ser humano le gustaría sentirse olvidado, arrumbado en un rincón como un objeto inútil. Las nuevas generaciones se justifican ante ellos, diciendo que su mejor época ya pasó, y que le harían un enorme favor al mundo si se hicieran a un lado. Y así, de golpe se olvidan de toda la ayuda que recibieron de sus mayores. Pero no todos se dejan llevar por esa mortal corriente de frialdad que ha devorado el alma de muchos. En el mundo todavía hay muchos corazones cálidos, que, sin esperar nada a cambio, están dispuestos a llevar alegría a los corazones de aquellos seres sabios que han visto pasar el tiempo frente a sus ojos. ¡Qué lástima que muchos no sepan valorar un tesoro tan grande hasta que lo pierden!

Patricia Dorantes Ham
-Categoría General-

VERDADERA FELICIDAD.- Por Patricia Dorantes Ham

Era sábado, y muchos otros jóvenes ya tenían planes para divertirse esa noche. Bailar, quizás después tomarse unos tragos, y, principalmente, olvidarse de la escuela por algunas horas. Pero esa tarde María tenía una cita mucho más especial. No, no iba a salir con un chico, y tampoco iba a gastar el dinero de sus padres en ropa o accesorios extravagantes. Es más; para ir a esa cita, ni siquiera necesitaba ponerse una gota de maquillaje. María no pudo evitar sonreír al imaginar cómo sería si sus compañeras de clase estuvieran en el lugar de ella. Muchas de esas chicas decían ser felices con sus largas fiestas y sus interminables días de compras, pero, ¿en realidad lo eran? María, honestamente, lo dudaba. Ella había sido una de esas chicas, tratando desesperadamente de encontrar la felicidad en el fondo de un tarro de cerveza. Y sí funcionaba esa falsa alegría… por unos minutos, hasta que se apagaban las luces, y la oscuridad volvía a rodear su alma… Lo bueno era que esos días tan negros habían quedado atrás para María. No fue una tarea fácil, pero el destino conspiró guiándola por un nuevo sendero, lleno de generosos corazones que le tendieron la mano. El tiempo pasó, y ahora es María la que les tiende la mano a otros jóvenes deseosos de una oportunidad para comenzar de nuevo, lejos de vicios y remordimientos. María no sabe cuántos de esos chicos realmente se decidirán a cambiar, pero el simple hecho de saber que contribuyó a darles una nueva perspectiva de la vida, la hace sentir que vale la pena vivir otro día más.

Patricia Dorantes Ham
-Categoría General-

TU MAÑANA, SU SONRISA.- Por Fátima Canalda Moreu

Levantarse un sábado a las ocho de la mañana para ir a voluntariado después de haberse acostado tarde un viernes, no suele ser lo más apetecible y menos para una persona de dieciséis años. Pero toda la pereza que se apodera de ti esa mañana, ya que conlleva darse una ducha rápida, salir de casa con el pelo  alborotado, perder el autobús y tener que ir andando, se contrarresta cuando tienes ante ti a una persona a la cual ya le gustaría poder ducharse sola, tener pelo suficiente como para que se encuentre alborotado, coger el autobús o ir corriendo o  andando. Esa persona lo más probable es que no se acuerde de ti la próxima semana, el día siguiente o los cinco minutos después de que te marches. Pero esa mañana que pasas con ella, dando paseos, cantando canciones, leyendo libros o rezando, doy por seguro que la agradecerá como si fuera el mayor de los regalos. Parecerá que no te nota presente o que no te está escuchando, pero en el momento más inesperado te dará un beso o te agarrará la mano. No será tu abuela ni tu abuelo, pero te saludará como si fueras cualquiera de sus nietos. Pocas veces verás que articulen palabra alguna, es más, en su mayoría estarán en sillas de ruedas, dando golpes o haciendo ruidos extraños, y pensarás que ir allí nunca les servirá de algo. Hasta que un día, te mira y  sonriendo dice tres frases que de su boca jamás habrás escuchado, incluso algún día te dará las gracias, o continúe el Padrenuestro que le estás rezando. Y ese día querrás levantarte a las ocho todos y cada uno de tus sábados.

Fátima Canalda Moreu
-Categoría General-

HÉROES.- Por Alberto de Frutos Dávalos

Los veía por la mañana, a la salida del metro: una cuadrilla compuesta por dos chicas y dos chicos que recorrían las calles del centro con alimentos para los sin techo. Algunos seguían durmiendo a esas horas y, cuando al fin se despertaban, abrazaban esos víveres como niños tras la noche de Reyes. Dormían en los soportales del teatro, invisibles para todos, junto al pedestal del héroe, en el corazón de la plaza, o en los pasillos del mismo metro, igual que un séquito famélico que escoltara a las sombras.

Yo me limitaba a observar el ritual de los salvadores y los salvados. No participaba de la entrega de los primeros ni de la gratitud de los últimos. Era solo un testigo. Salía del metro y echaba a andar hacia el instituto, siempre con los minutos contados.

Así hasta que un día me cansé de mirar con los ojos cerrados. Fue algo repentino. Después de tantas mañanas, me di cuenta de que los voluntarios no eran fantasmas de niebla, ni los pobres bultos abandonados a la orilla de las calles.

Me acerqué al grupo. Tenían mi edad. Les pregunté cómo podía ayudar. Y me lo dijeron. Fue así de sencillo. Desde entonces, pongo el despertador una hora antes, recojo los tuppers de comida –mis padres también los preparan, como los padres de mis compañeros– y me siento parte de una corriente de esperanza.

Porque, ¿de qué sirve ser un héroe como el de la plaza, inane y tieso? Yo prefiero ser un héroe de supermercado y pasos de cebra, y que no me recompensen con una placa, sino con la mirada de un niño en la noche de Reyes.

Alberto de Frutos Dávalos
-Categoría General-

EL MEJOR SOUVENIR.- Por Marian Ibáñez Latasa

El verano llegó. Sí, una vez más. Enloquecemos al pensar qué haremos durante las vacaciones estivales: ajustes en las fechas del calendario, buscamos el mejor «chollo» para hacer una escapada y a más de uno nos trae algún que otro quebradero de cabeza. ¿Por qué? Porque necesitamos unos merecidos días de descanso y despojarnos de la rutina y, obviamente, debemos organizarlo. Aquí es donde se forma el lío.

Aquel año las necesitaba más que nunca. Quería desconectar. Estaba siendo una época apasionante en el trabajo. Sin embargo, empleé demasiadas horas para alcanzar las metas propuestas al inicio del curso. Soy maestra y mi vocación es ayudar. Lo tengo claro.

Hacía tiempo que en mi mente rondaba la idea de vivir un verano diferente. Ese año se presentó ante mí la posibilidad de participar en un campo de solidaridad en África. Era un plan tentador y no lo pensé demasiado. El destino era Marruecos y me sumergiría en otro mundo, con otra cultura, otra gente y otra religión. Algo completamente nuevo para mí.

Por eso, los nervios invadieron el engranaje de mi cuerpo. En el momento de emprender un viaje, hacer la maleta se convierte en una tarea ardua: qué meto, qué dejo de meter, qué no debo olvidar... Suma y sigue. En este caso fue sencillo. No me robó mucho tiempo. Elegí algo de ropa, sin cometer excesos, y compré diversos útiles de aseo. No necesitaba más. Sin embargo, añadí una «mochila vacía». Con el fin de traerla llena. Así fue. Mi equipaje regresó repleto de ilusiones, energía, valores, sonrisas y recuerdos. Una buena dosis para afrontar la vida. Sin duda, encontré el mejor souvenir.

Marian Ibáñez Latasa
-Categoría General-

UN MANTO DE ESTRELLAS.- Por Marian Ibáñez Latasa

Estaba decidido. Ese verano participaría en un voluntariado. Así de claro. «Estás loca. ¡Cómo vas a emplear tus días de vacaciones en un campo de misión! ¿No prefieres «tumbarte a la bartola» y descansar bajo el sol?». Algunos amigos y familiares me abordaban con cuestiones  de este tipo. Bien, cada uno invierte su tiempo donde cree conveniente. Por este motivo, me subí al tren de la solidaridad. Mejor dicho, en este caso embarqué en un avión con rumbo a Honduras. 

Cuando llegué a aquel barrio hondureño recibí una fuerte bofetada. Era mi primer acercamiento a un pueblo caribeño y el contraste me impactó de modo brutal. Fue un golpe duro ver la pobreza del enclave. Me costó adaptarme, sin embargo, con el paso del tiempo me sentía más cómoda. Todos tenemos derecho a una educación. Por eso, traté de dar lo mejor de mí y de aportar un pequeño granito de arena. 

Cada noche recogíamos los frutos cosechados durante la jornada. En cierta ocasión subimos a una azotea donde vivimos una velada increíble. Nos tumbamos en el suelo bajo un manto de estrellas. Era el mejor escenario para reflexionar y valorar los momentos que nos ofreció el día. ¿Qué pasaba por mi mente? Una única idea: el reflejo de la luz. Solo me venía a la cabeza el brillo de los ojos de uno de los niños del campamento. Aquel mar de cuerpos celestes del cielo emitía un resplandor tan vivo como la mirada del pequeño. En tal tesitura desemboqué en un legado: «Todos somos estrellas y brillamos con luz propia».

Marian Ibáñez Latasa
-Categoría General-

QUERIDO ROBERTO.- Por Gonzalo Carretero Martínez

Querido Roberto: Empecé a trabajar con vosotros como voluntario movido por mi propia experiencia. Yo también tanteé con las drogas a muy temprana edad por lo que conozco de primera mano el mundo en el que tú y los otros chicos os estabais metiendo. Yo he sentido, igual que vosotros, esa tristeza constante que parecía no tener fin. El sentimiento de apatía que te llena al sentir que no encajas. Y yo quería estar ahí para serviros de apoyo. 

La primera vez que os vi, el reflejo de un “joven yo” estaba en cada uno de vuestros rostros. Os sentíais en la cresta de la ola, dispuestos a continuar consumiéndoos en busca de una falsa gloria. Habíais perdido el gusto por vivir y solo os interesaba vuestra fruta prohibida. No erais capaces de respetar ni a vuestras familias, que lo han sacrificado todo por vosotros. Era todo un poema lo que reflejaban vuestras miradas vidriosas y frías cada vez que levantabais la cabeza. 

Estuve trabajando contigo, con Pedrito y los demás durante tres largos años en los que os dediqué todo el tiempo libre que tenía. Quería que no cometieseis los mismos errores que yo para evitaros los palos que la vida os iba dar. Mis únicos objetivos fueron inculcaros algo de sentido común en esas cabecitas vuestras y enseñaros lo que significa realmente sentirse vivo. Que aprendieseis a buscar aquello que os llenase de verdad y fueseis felices. 

Sin embargo, ahora tengo que escribirte esta carta en trágicas circunstancias. Tus amigos lograron salir e hicieron por ti mucho más de lo que yo llegué a hacer nunca. Has dejado un inmenso vacío en los corazones de todos con tu partida. Espero que hayas aprendido algo de ésta vida. Con todo mi sentimiento, Gonzalo.


Gonzalo Carretero Martínez
-Categoría General-

LOS PASOS DEL AMOR.- Por Alonso Quijano

-…Y resumiendo, enfermedad, drogas, soledad, amor y traumas, esa mezcla es la culpable de que ahora no pueda salir de casa y prefiera encerrarme de la sociedad. 

- Pero así no puedes estar, algún día tendrás que salir -le recomendé. 

Se encogió de hombros y así termino su historia. Yo, ya conocía parte de ella, hace muchos años todas nos volvíamos locas por conseguir su foto del catálogo de Jesuitas. Pensé que estaría viviendo en otra ciudad, casado y con hijos. No resulto ser así. Ahora gracias a un voluntariado de ayuda a enfermos en su hogar, lo tenía enfrente. Él me gustaba. Era una pena no poder pasar las tardes paseando juntos por la Gran Vía, en su lugar conversábamos en su casa y cuando cogió confianza me contó lo que le sucedió. Tontamente esa tarde un libro llamo mi atención: “El flautista de Hamelín”, en aquel mismo momento se me ocurrió una idea. 

- Yo escuchado tu historia, si quieres conocer la mía hazme caso y escucha con atención.  

Ella me gustaba. Pero mis miedos no me permitían amar, ni siquiera salir de casa, maldita agorafobia. Ya no soy él que era, las chicas ya no recortan mi foto para pegarlas en sus carpetas. Nos pusimos de pie y paso su mano por mis ojos, me pidió que los cerrara y cogiendo de mis manos empezó a susurrar su historia. Tiraba lentamente de mí y narraba sus primeros recuerdos cuando se abrió la puerta. Sentí miedo, mucho miedo. El corazón me latía como nunca, quizás fuera amor. Ayudado por ella di un paso, di otro y llegamos al ascensor. Al salir al portal me detuve en seco. Ella seguía narrando, su dulce voz me tranquilizaba. Hablaba de su infancia cuando tiro de mí con más fuerza. Le seguí. Lentamente salimos a la calle. Tras dos pasos más se detuvo y me abrazo, nos miramos fijamente y sin decir nada más me beso. 

Alonso Quijano
-Categoría La Rioja-

JUANITO “EL MANCO”.- Por Inma González


Al primer voluntario que conocí, sin saber, creo que ni él ni yo que lo era, lo veía subir y bajar con su barca por el río, con el torso desnudo y pantalones de faena, cuando yo iba a nadar o a remar al Ebro como hacían la mayoría de los niños y jóvenes de Logroño en aquella época. Acudíamos, pobres y ricos, ya que en aquel tiempo no había piscinas, aunque unos tenían la suerte de que sus padres les enseñasen a nadar y otros aprendían a nadar como podían mientras sus madres lavaban la ropa. 

Era un hombre afable pero solitario, pescador desde los 8 años, su existencia no fue fácil, su hermano murió ahogado en el Ebro, pero esto no le hizo separarse del río, era su vida, allí pescaba los peces que más tarde vendía en la Plaza y allí, en el recodo del río donde los remolinos resultaban traicioneros, tenía su modesto chiringuito al que acudían habitualmente pescadores y familias que querían disfrutar una sencilla merienda entre chopos y olmos en el Pozo Cubillas. A él le gustaba decir: “Cuando no me daban trabajo en ningún sitio el Ebro fue el único que no me preguntó nada”

Le gustaba advertir a los bañistas de los peligros del río, pero el Ebro es traicionero y de forma voluntaria decidió ayudar a todo el que estuviese en peligro. Salvó muchas vidas, unos dicen que 14, otros que 20 y otros que más.

Se le podía encontrar también a la puerta del “bar Turis”, remendando sus redes, construyó una de 60 metros que destinó al rescate de ahogados, o por San Bernabé compitiendo en la Travesía de los Puentes, carrera de natación que casi siempre ganaba él, Juanito “El Manco”, porque SÍ, le faltaba un brazo al “Tarzán de la Playa”. 

Inma González
-Categoría La Rioja-

martes, 25 de febrero de 2014

ENERGÍA VITAL.- Por Juan José Tapia Urbano

Trataba de moverme entre ellos como una sombra, pues temía ser descubierto en cualquier momento. Sin embargo, las sonrisas que brotaban a mi paso me inducían a pensar que la cosa no se me deba del todo bien. Por supuesto, me aprestaba a absorberlas antes de que se desvaneciesen, como buen recolector que era. Había hecho de su gratitud mi sustento, hasta el punto de sentir que me faltaba algo si no conseguía extraer una carcajada de tan indefensas criaturas, pequeños que habían conocido el sufrimiento a una edad demasiado temprana.

Sabía que nadie había descubierto la mascarada perfectamente elaborada tras la que ocultaba mis verdaderas motivaciones, pues en el fondo no podía negar que el egoísmo me consumía. Era su alegría la que me daba la vida, la que me inducía a levantarme cada día, saltando de la cama como si quemara. No veía el momento de coger el autobús, ponerme esa nariz roja de payaso, y hacer mi entrada triunfal en una sala repleta de pequeños que, al menos por unos minutos, olvidarían el lugar en el que se encontraban.

Sin ellos no era nada, pero no podía dejar que lo sospechasen. Quizás de saberlo me negarían su favor, me darían la espalda y volverían sus ojos hacia esa caja tonta que todo lo sabe. Creía tenerlos engañados, ¡pero qué iluso de mí! Todos esos diablillos conocían mi secreto, pero los muy pillos callaban y me alimentaban con su amor incondicional. 

Juan José Tapia Urbano
-Categoría General-

EL RESCATE DE UN RECUERDO.- Por Raúl Oscar D'Alessandro

Tres minutos en el infierno, es el tiempo que lleva el joven bombero dentro del incendio, ruidos de sirenas y gritos nerviosos se suman al crepitar de las llamas y el llanto de la anciana ante la perdida de su hogar es conmovedor, bastó un descuido a causa de un olvido lógico de su edad y el fuego se propagó tomando todo a su paso. Unas palabras dichas entre sollozos y el bombero ingresó al fuego con arrojo suicida en un intento de salvataje, los vecinos convocados por el siniestro murmuran...- La mujer es viuda y no tiene mascotas... -¿Que valor quedaría por rescatar para justificar la actitud del joven voluntario?... 

Las llamas llegan a su punto máximo tomando la estructura del techo y hay un crujido anunciando su inminente caída, la anciana estruja el pañuelo mojado entre sus manos siendo consolada por una vecina que la contiene, las sirenas resuenan y hay gente fotografiando la escena. - Pasaron cuatro minutos, se desploma el techo entre gritos histéricos y emerge de las llamas la silueta del bombero protegiendo un bulto con su cuerpo, con pasos vacilantes se dirige hacia la anciana y lo deposita en sus manos, ella lo acuna como su mas preciado tesoro y rompe en llanto.

La gente aplaude al héroe, exhausto por el esfuerzo se despoja del casco y una sonrisa le gana el rostro, hoy ha cumplido una vez mas su vocación de servicio.

Acaba de salvar cuarenta años de recuerdos...Un viejo retrato de bodas.

Raúl Oscar D'Alessandro
-Categoría General-

INSTINTO.- Por Luis Enrique Sans Ferrero

Aquél era el último. Se había pasado la tarde contándolos y aún así mentalmente tenía dudas de si lo había hecho bien. Llevaba varias semanas en aquél campamento y lo único que debía hacer era contar. Contar y servir comida. La picaresca de aquellos muchachos desposeídos de cualquier bien propio, de cualquier esperanza, era lógica e incluso necesaria. Se volvían a poner en las filas de reparto de alimentos para poder llevarse nuevamente algo a la boca o intercambiar aquella ración extra por algo de abrigo o cualquier objeto que a corto plazo les pudiera interesar. Una sábana, un zapato, una pelota. Aquél pegajoso calor tampoco ayudaba mucho en la tarea. Quería pensar que en otros campamentos estaban en mejor situación pero al instante aquella realidad que tenía delante le golpeaba como un gran mazazo, dejándole claro que no. La situación era la misma o peor en otros campamentos. 

Podría haber elegido pasar las vacaciones con sus amigos. Días de playa, fiestas nocturnas, inolvidables borracheras y quizá algún amor de verano que pudiera retener hasta invierno – lo suyo no era el amor, estaba comprobado–. Pero no, había elegido ayudar. Y sin ganar ni un euro, porque así lo entendía ella. Tampoco lo hubiera aceptado tras ver aquella miseria. Cualquier moneda que pasara por sus manos debía dirigirse hacia ellos, cualquier esfuerzo debía dirigirse hacia ellos. Jornadas de quince horas cargando sacos de comida – pesados sacos de esperanza, los solía llamar ella–, contando bajo un sol abrasador aquellas almas, memorizando caras, heridas, rellenando incesante platos de comida, nada era suficiente. Y cuando molida se tumbaba, venía una niña con una sonrisa que iluminaba su cara. Y ella también sonreía. Y aguantaba impaciente la siguiente jornada.

Luis Enrique Sans Ferrero
-Categoría General-

sábado, 22 de febrero de 2014

EL BUCLE.- Por Salvador Robles Miras

Había empezado a llover con fuerza. El hombre, protegido por un paraguas, vio a una anciana que caminaba delante de él, tapándose la cabeza con una bolsa mientras arrastraba un pesado carrito de la compra. Agrandó la zancada y, cuando llegó a la altura de la mujer, la invitó a que se pusiera junto él, bajo el amparo del paraguas. “Tendrá que desviarse de su camino. Vivo a unos trescientos metros”, le susurró la anciana. “No importa”, dijo el hombre. “Gracias. Me llamo Isabel”. “Y yo, Isaías”. 

Cuando Isabel entró en su portal, tocó el timbre del piso bajo, extrajo unos bombones del paquete que había comprado en “Don Chocolate” y se los  entregó a su vecina, Alicia, a quien la víspera, por una bagatela, le había hablado de malos modos. Por su parte, Alicia, que la noche anterior se había enzarzado en una airada discusión con su marido, influida por el gesto de Isabel, se sentó en las rodillas de su cónyuge, y le estampó un beso en los labios, porque sí, porque le salió del alma. El marido, Abel, entendió el mensaje implícito en ese beso y correspondió a él a lo grande. Más tarde, Abel, profesor universitario, inspirado por el acto besucón de su esposa,  reflexionó en clase sobre cómo entre todos podemos hacer el mundo un poquito más habitable, basta con un pequeño acto. Rubén, uno de los alumnos, quien algún día pertenecerá a Médicos sin Fronteras, animado por las palabras del docente, escribió una nota en un papelito y se la tendió a Tatiana, quien estaba sentada detrás de él. Tatiana, al salir de clase, buscó a Rubén y deslizó su mano entre las suyas. “¿Puedo acompañarte?, preguntó. “¿Sabes a dónde voy?”. Tatiana se encogió de hombros. “Dímelo”. “Voy a apuntarme a la Cruz Roja como voluntario para los fines de semana”  “Seguro que prefieren aceptar una pareja, Iré contigo, pero antes he de pasar por la librería de mi padre a darle unas llaves”. La librería, “Libre Albedrío”, era propiedad de Isaías, un hombre que, hacía unas horas, al ver a una anciana caminar desamparada bajo la lluvia, se acercó a ella para taparla con su paraguas. 

Salvador Robles Miras
-Categoría General-

"Sin título".- Por Cristina Arias García

La piel del edificio rememoraba épocas victorianas, por dentro esqueleto de mármol brillante cual lago helado y bañado con los rayos del coloso sol. Cuando Estrella entraba en la planta de personas mayores, seniles, con alzhéimer, enfermedades inherentes a la edad o simplemente olvidados del mundo, y lo que es peor, de sus familias, veía habitaciones grises, olores que se podrían esperar desgraciadamente en otras latitudes o zonas, no en un prestigioso y caro paraíso del no retorno. Le gustaba visitar a las personas que allí moraban, le resultaba totalmente reconfortante y a la vez le dolía el alma saber cuán fácil era hacerles felices y que unos desconocidos como ella, les amasen sin conocerles. 
El patrón siempre el mismo, mas cada día eran sensaciones diferentes que todas ellas te hacían más grande y completo. Abrir cortinas, hablarles preguntarles y ver como dos ojos apagados y terriblemente perdidos en la tristeza, se adecuan a los rayitos de sol que entran, aceptar cafés imaginarios que endulzan almas, y escuchar! Sí, humanos sin rumbo, escuchar!. Tesoros cargados con miles de historias, curtidos en miles de arrugas de penas y glorias, sapiencia, valentía, profesores de vida. Enterrados en vida en una mortal solitud callada. Tales palabras bramaba Estrella y otros voluntarios, salpimentadas con sapos y culebras airados y desesperantes, cuando veían que en vez de lavar, rociaban con colonia, cada vez que risas y chismes estúpidos insonorizaban el gemido de una persona caída en el suelo, vaya usted a saber cuánto tiempo. A los ojos del mundo bien vistos y adorados voluntarios, más en las entrañas de la realidad, muchas veces enemigos y testigos nada mudos de terribles visiones.
No abarca todo el mundo, Estrella contaba, dos minutos tuyos tuyos tuyos… y todo cambiaría.

Cristina Arias García
-Categoría General-

DON ANDRÉS.- Por Cala Nevado Cerro

Las palabras de dolor iban y venían y los ronquidos se le escapaban por el  pasillo. Los dígitos rojos de las máquinas conectadas a su brazo  marcaban, ochenta y tres, ochenta y tres… Su cuerpo se vencía de dolor. Le acudió más tos y peor respiración. Llamé por el timbre de la habitación. Más pasos, ruedas del carrito medicinal por el pasillo, y traqueteo de frascos. “Para la fiebre que tome esto,” me dijo la enfermera alargándome unas pastillas y un vaso; “y también unos sorbos de zumo con pajita.”
El sigilo de la sanitaria dejaba tristes lamentos a su espalda cuando me indicaba: “ponle algo de abrigo en las piernas. Si le duele más que se tome esto; te lo dejo. 
¿Eres su hijo? Me preguntó de pasada. No, contesté distraído, soy voluntario. “Se marchó sonriendo. Sonaba la alarma en la habitación de al lado gritándole al silencio. 
Andrés. Bájese el camisón, le dije algo serio. Aquí no hace tanto calor. Contestó algo acerca de picores ¿Qué le pasa? Lo pregunté al ver como se señalaba las piernas. Puse más crema en ellas. Me miró manso, y triste. Qué tal la pomada nueva; lo pregunté varas veces. No contestó. Le daré algo de beber, murmuré acercándome. Fue imposible; era incapaz de incorporarse. Bueno, pues quédese quieto, ya lo intentaremos cuando tenga sed; le dije para relajarlo, y también: Si fuerza la espalda se le van a abrir otra vez los puntos. 
Desde hace dos meses dejé de escuchar, en ese pasillo sin silencio, sus ronquidos,  sus sorbitos de zumo,  y su  pie moviéndose terco y nervioso.

Cala Nevado Cerro
-Categoría General-

ARS LONGA VITA BREVIS.- Por Raúl Gutiérrez Martínez

Había que tener mucho cuidado, la pieza que tenía entre sus manos era muy frágil y su valor quizás fuera incalculable. O quizás no, quién sabe. Aquella punta de flecha podía datar de grandes batallas, perdidas en el tiempo, o de juegos infantiles de hacía menos de un siglo.
Sin embargo, su misión no era descubrir eso, no de momento. No se había apuntado al campo de trabajo para eso, sino para hallar, investigar y clasificar las múltiples reliquias del Imperio Romano que se encontraban en el enclave de Cruce de los Tres Ríos, cumpliendo con ello dos objetivos: descubrir más datos sobre la apasionante historia del lugar y evitar que se edificasen aquellos adosados prometidos por el alcalde a sus “inversores” sobre un territorio que ocultaba secretos más preciados que la vida misma.
Al menos, aquello era lo que le gustaba pensar a Natalia. A ella, y a los otros veinte chicos y chicas, de diferentes edades que se habían apuntado al Campo de Trabajo con ese trascendental cometido; poniendo en la tarea, que ahora consistía en limpiar puntas de flecha, sus cinco sentidos y quizás alguno más.
Esta vez no había que competir con otros compañeros por un ascenso o una mejor nota. No perseguían un aumento de sueldo ni tampoco la aprobación de un profesor que apenas si conocía su nombre, no.
Se trataba simplemente de hacerlo lo mejor posible, de colaborar con una causa mucho más grande que aquellas trivialidades, de conservar el pasado, contribuyendo aunque fuera ínfimamente, a construir un entorno que fuera un poco menos mezquino que el día anterior.


Raúl Gutiérrez Martínez
-Categoría La Rioja-

CADENA DE FAVORES.- Por Ana Palacios

La vida de Pedro Funes cambió cuando vio la película Cadena de favores. El impacto que le produjo fue contundente. Pasaban los días y no lograba alejarla de sus pensamientos. Y eso que él nunca había sido demasiado sensible. De hecho era bastante indiferente. Sin embargo, quizás porque el muchacho que protagonizaba la película era muy parecido a él cuando niño, Pedro sintió que valía la pena imitarlo.
La noche en que tomó la decisión durmió poco y mal. Estaba ansioso porque amaneciera. Quería poner en práctica su solidaridad con algún desconocido que necesitase ayuda.
Muy temprano, mucho más de lo habitual, salió dispuesto a cumplir su cometido. 
No bien se asomó al jardín, Pedro divisó a una anciana que intentaba cruzar la calle. Su dificultad era evidente. Su cuerpo, obeso y encorvado, daba claras señales de hallarse en condiciones poco saludables. 
Con premura, Pedro se le acercó y trató de sostenerla, para ayudarla a soportar su desvencijada osamenta. Mas, impensadamente, la mujer se incorporó con gracilidad y soltura. Y le clavó la mirada.
─¿Puedes explicarme qué estás haciendo? Inquirió con rudeza la anciana.
─Pues, intento ayudarla a cruzar la calle. Le respondió Pedro, turbado por su actitud contrariada.
─¿Y qué te motiva a ayudarme? Insistió con aspereza la mujer.
Pedro se turbó. En realidad no sabía qué responderle. No tenía en claro cuál era su motivación.
La anciana entonces sentenció: ─Lo que valida la acción es la intención. No ayudes a nadie hasta que tengas en claro que tu auténtica intención es dar servicio. Si realizas una acción solidaria para engrandecer tu ego, para sentirte mejor o más importante, ni tú y la persona a quien asistas saldrán beneficiados.
De inmediato Pedro comprendió que la cadena de favores era infalible. Él había salido dispuesto a dar y acababa de recibir. Había recibido una enseñanza fundamental; que recordaría por el resto de su vida.

Ana Palacios
-Categoría General-

EL BUENO, EL FEO Y EL MALO.- Por Alejandro Cernuda Reyes

Conocí a aquel chico del Tíbet en un campo de refugiados en el norte de Europa. Mediante dibujos logré explicarle las reglas y a su vez él me explicó lo que pudo acerca de su familia. Cuando le pregunté si estaba solo, si alguien más practicaba su religión en aquel lugar. Volvió a sonreír y señaló a un negro enorme que había al fondo del salón. Me acerqué a él y le pregunté si conocía al tibetano. Isrr, así se llama aquel nigeriano, me dijo que habían llegado al campamento el mismo día y en el tren le había mentido al chico para consolarlo. Nos sentamos juntos los tres. Traté de preguntarle al tibetano algo sobre su familia. Él miró mi dibujo y sus ojos se aguaron. Hacía más de cuatro meses que no sabía de ellos, de su abuela y sus dos pequeños hermanos abandonados en algún valle. Comprendí que había cometido un error y traté de no mirarlo, de darle espacio. De repente la mesa se removió y cuando me volví Isrr se había subido a ella y bailaba. El tibetano trataba de esconder su cara contra la pared pero de vez en cuando enseñaba una sonrisa. Era ese momento entre el dolor del recuerdo y la reacción ante lo cómico. Era demasiado joven para elegir en poco tiempo. Los movimientos de Isrr y su baile se hacían cada vez más violentos. La gente miraba y quería en el menor tiempo posible hacer olvidar la nostalgia a nuestro amigo y ni siquiera yo podía elegir entre la risa, mi embarazo por haber propiciado esa situación o el agradecimiento ante el esfuerzo de Isrr. De repente la mesa se aquietó. Al volverme comprendí que me había perdido algo más, Isrr lloraba como una chica en desamor. Yo habría cualquier cosa por llorar con ellos, por ser más que un voluntario en un campo de refugiados.

Alejandro Cernuda Reyes
-Categoría General-

YAZOF ERA UN MAFIOSO RUSO.- Por Enrique Marcos

Era una mañana de primavera cuando acababa de despuntar el alba, las nubes intentaban tapar su resplandor pero ya comenzaban a divisarse los primeros rayos de sol. Yazof era un mafioso ruso, que dirigía una banda de crimen organizado, dedicada al narcotráfico. Acaba de ser detenido, a pesar de que se había hecho una operación de cirugía estética para pasar desapercibido por Interpol. Su 1. 94, 102 kilos, le daban una imagen amenazante, sobre todo cuando blandía en sus manos su palo de golf hierro 4 MacGuffin. El Juez al ver la gran cantidad de inmuebles del imputado, decidió aplicar la nueva Ley, que le permitía el embargo de las viviendas y su cesión a una entidad con fines sociales, con la obligación de hacerse cargo del uso y conservación. David era el Presidente de una O.N.G., a quién habían cedido la casa, dedicada al ocio y la integración laboral de personas con discapacidad intelectuales. Llevaba media vida, dedicada al voluntariado, era una persona amable, mezcla racial de origen español e italiana, con sus ojos color coca-cola. Llegó a la lujosa mansión, acompañado de varios niños de su ONG. Entre ellos el pequeño Diego, con síndrome de Down, que cuando llegó a la ONG gateaba y que ahora corría veloz por el jardín de la mansión. Dentro del inmenso salón representaron una sencilla obra de teatro, para inaugurar la nueva sede de la ONG, demostrando que con su coraje y esperanza superaban sus incapacidades. En el escenario un gran cartel, lanzaba un juego de palabras con fina ironía, decía: ¡Di capacidad, no  discapacidad! David, decía: estos "chicos nos contagian su alegría y nos dan más de lo que les damos". Pero en la puerta apareció desafiante, un invitado inesperado, Yazov. ¿Pero no estaba preso?¿Pagaría  la fianza? Se acercó a David y le susurró al oído "no entréis a la cocina"...

Enrique Marcos
-Categoría La Rioja-

viernes, 21 de febrero de 2014

TRAS LA PUERTA, LA REALIDAD.- Por Pedro Méndez Grande

Una misma pregunta recorre susurrante mis oídos cada día, precedida de dulces sonrisas embriagadoras, inundando mi rostro de felicidad, al volver a escuchar las longevas melodías que acompañan mi rutina diaria. Mis ojos intrigantes observan la fortuna de encontrarme con todos mis allegados, sin faltar ninguno, y es que ya son parte de mi, parte de mi familia. Varios son los nombres por los que soy llamado, sin importarme cual sea el verdadero, pues puedo ser Pedro, Juan o José, puedo ser un antiguo vecino, un amor del pasado o un hijo más, pero no importa, el ser llamado significa ayuda, tener una duda o querer compañía y para ello franqueé la puerta que separa la vida cotidiana de la realidad. Las horas van pasando, mis manos se van uniendo a otras, algunas débiles, reflejo de una vida dura pasada, mientras juntos elaboramos la manualidad del día, un regalo para sus hijos o sus nietos, fabricado como es habitual, con una sonrisa dibujada en su rostro. Tras ello, el bingo hace que mi compañía se convierta en diversión, con llamadas que se juntan para mostrar que tienen el número extraído. Los besos y felicitaciones se van sucediendo, mientras la hora de la despedida va llegando. Con ojos intrigantes observo los rostros de “mis abuelos”, observando lo afortunado de mi ser, pues han querido compartir una vez mas, parte de sus vidas conmigo. Ahora solo falta franquear la puerta que volveré a cruzar de nuevo mañana, mientras voces susurrantes me preguntarán, como cada día: “¿quién eres?”. 

Pedro Méndez Grande
-Categoría General-

miércoles, 19 de febrero de 2014

AQUEL INFELIZ HOMBRE.- Por Adrián Martín González

Vivía solo. Todas las mañanas se despertaba un momento antes de que sonara el despertador; la monotonía de una misma vida durante tantos años. Él decía ser la clase de personas que no necesitan a nadie para ser feliz, pero ni siquiera conocía la felicidad. Una parte de sus días dormía, otra trabajaba y el resto eran horas muertas.

Aquel viernes, como tantos otros, a la salida de su trabajo allí estaban ellos, aquellos a los que tanto odiaba, los voluntarios. Con sus sonrisas pretenciosas, sus actos de buena fe enmascarados... ¡No los soportaba! 

La misma chica de siempre se le abalanzó hablando sobre todas aquellas cosas que a él no le importaban, esas sandeces sobre mejorar el mundo, sobre ayudar a los demás; pero esta vez dijo algo que le hizo reaccionar: “te hará sentir mejor”. Se giró, la miró y durante un momento pareció que iba a contestarle, pero acabó yéndose una vez más.

Durante los siguientes 7 días no hubo más horas muertas, pensó y pensó. Y tomó una decisión.

Al viernes siguiente fue él quien se acerco a ellos con una frase que llevaba ensayando tantos y tantos días: “quiero sentirme mejor, ¿qué puedo hacer?”. La chica sonrió, sabiendo que un nuevo miembro se unía a su causa. Y desde aquel momento, aquel infeliz hombre, ahora ya algo más feliz, no tuvo más horas muertas, las revivió en forma de ayuda a los demás, y esa clase de egoísmo positivo mejoró su vida y la de otros muchos.

Adrián Martín González
-Categoría La Rioja-

IMAGINA.- Por Blanca Mayor Gomá

-Abuelo, ¿por qué mi hermano se va otra vez ?. -le preguntó el pequeño Gonzalo a su abuelo mientras terminaban una partida de dominó. El anciano colocó la ficha del seis doble sobre el tapete, y con una amable sonrisa le contestó a su nieto:

-Una pregunta difícil y fácil de responder al mismo tiempo. A ver si te lo puedo explicar…-le miró durante unos segundos y añadió:- Imagina que cuando tu hermano llega, allí donde tenga que estar, ilumina el día más nublado y tormentoso. Imagina que aquél que le espera  con desesperación, descansa al sentir una cálida voz que dice su nombre. Imagina que en la noche fría y gris, el calor de las palabras de tu hermano derrite el corazón helado del que le escucha.  Imagina que el tiempo que dedica a muchas personas, sirve para, minuto a minuto, llenar de ilusión el reloj de sus vidas. Imagina que alguien ha perdido sus raíces, y que la solidaridad de tu hermano es la pala de tierra que prepara el terreno para plantarlas de nuevo. Imagina que, sobre una marea negra, las manos de tu hermano vierten cal blanca para borrarla. Imagina que en un paisaje ardiendo en llamas, su socorro es una gota más con la que extinguirlas. Imagina que, tras una guerra, la puerta de la felicidad se ha cerrado y tu hermano abre una nueva que conecta con el país de la alegría. Pero sobre todo, imagina que la mirada iluminada de cientos de personas enciende una llama en el corazón de tu hermano. 

-¿Por todo eso se va?.

-Por todo eso y por mucho más. Imagina que esa llama es la fuerza con la que tu hermano y otros como él  izan las velas del mundo. Imagina…

Blanca Mayor Gomá
-Categoría La Rioja-

jueves, 13 de febrero de 2014

TARDE GRIS EN NINGUNA PARTE.- Por Amalia Ovín Rodríguez

No fue el hecho de que fueras voluntaria en la Cocina Económica y cada noche me dieras un plato de comida caliente con una sonrisa. No fue el hecho de que siempre tuvieras buenas palabras para todos. Fue el hecho de que dijeras mi nombre y te sentaras conmigo en el bordillo de una calle cualquiera como si no tuvieras nada mejor que hacer. Fue el atisbo de esperanza que despertaste en mi interior con tus ojos amables y tus historias sin importancia. Fue el que me hicieras sentir persona, que me dieras la identidad que otros me quitaban cuando, creyéndose buenos, dejaban caer veinte céntimos en mis manos heladas.

Fue, simplemente, que estuvieras conmigo aquella tarde gris en ninguna parte.

Gracias. Mucha gracias, porque “lo único capaz de salvar a un ser humano es otro ser humano”. Quien lo dijo no sabía la razón que tenía.

Amalia Ovín Rodríguez
-Categoría La Rioja-

TAPONES.- Por Nuria San Servando Hernández

María tiene 10 años. Le encanta ir al colegio,  al de los Maristas que es el suyo. Si no fuera porque siempre va sobre cuatro ruedas quizás no fuese objeto de tantas miradas,  o por lo menos no lo sería por pena, lástima o compasión. 

Las dificultades a su edad son para ella retos, pruebas a superar para obtener recompensas: satisfacción, orgullo, alegría, bienestar, euforia o gozo. María es especial por el brillo de sus ojos, por su sonrisa, por su manera de relacionarse, por hacer de todo un juego divertido pero real. No sólo el esfuerzo personal y el afán luchador pueden con los desafíos que sólo un grupo, un equipo puede lograr. Con gestos simples o acciones pequeñas que se suman para crear un movimiento.

Carlos vive en la misma ciudad que María. Es un empresario de éxito con una empresa de reciclaje que a lo largo de los años ha conseguido una posición estratégica en el sector. La solidaridad forma parte de la filosofía de vida de Carlos y ayudar de manera altruista ha convertido su empresa en un referente para aquellos que buscan ayudas en la iniciativa privada.

Pero María es diferente. Ella irradia algo especial, eso movió a Carlos a ponerse en contacto con ella para ayudarle, quería conocer cuanto necesitaba para su silla nueva y él estaba dispuesto a comprarla, sin embargo ella le propuso un reto: te cambio una silla de ruedas por su peso en material reciclable” y tras una divertida conversión el resultado fueron 1.000.000 de tapones por la silla de ruedas que María necesitaba.

Y así surgió un nuevo movimiento solidario para María y muchas personas más.

Nuria San Servando Hernández
-Categoría La Rioja-

Y NO PARABA DE LLOVER.- Por Carlos Moreno Morales

Despertó aquella mañana oyendo la lluvia repiquetear contra los cristales de su cuarto. Se levantó, como se levantan los cuerpos cansados por los años, con lentitud y parsimonia. Tenía todo el tiempo del mundo, aunque sabía que no le quedaba mucho para gastar en este mundo. Se vistió su amplia camisa y sus calzones de algodón. No le gustaba llevar ropa que le recordara su anterior vida en la ciudad, prefería parecerse a aquellos campesinos a los que ayudaba a sobrevivir.

Los recuerdos comenzaron a agolparse en su cabeza. Le llegó la imagen de su mujer, cuando todavía la enfermedad no le había arrebatado ni una pizca de su belleza natural. Sonrió sin ganas, como haciéndole una mueca a aquel triste destino, que le había ofrecido la mayor de las ironías, porque, al arrebatarle a su alma gemela, había abierto en él las ganas de ayudar a los demás. Se preguntó si ella le estaría observando, si sentiría, como él, que estaba haciendo lo correcto. Pensó que sí, que en algún lugar, en ese lugar donde van las almas buenas, ella estaría feliz de verle con los más pobres entre los pobres, con los más felices entre los felices.

Se asomó a la ventana y vio, entre la fina lluvia, que todavía regaba aquellos campos de cacahuetes, a los niños jugar con una pelota desvencijada. Miró a Thypeswamy y vio en su cara una sonrisa de felicidad completa. Esa felicidad que jamás había visto en su anterior vida occidental y civilizada. Entonces entendió que sí, que estaba haciendo lo correcto, lo que siempre quiso hacer. Comprendió que cuanto más das a los demás, más tienes en tu corazón. Y que la felicidad y la solidaridad se hacen más grandes, cuanto más se entregan a los demás.

Carlos Moreno Morales 
-Categoría La Rioja-

OLVIDOS IMPORTANTES.- Por Ramoni Valverde López

Pasaba horas mirándola en su inmovilidad, buscando rasgos de su madre, esperando que su sonrisa saliera a flote y le diera una pista de que seguía allí, de que debajo de esa cara sin expresión, seguía estando esa madre que lo llenaba todo, incluso cuando quería pasar desapercibida. Pero lo más difícil, era darse cuenta de que el mayor miedo, ya no era a que su madre no la reconociera, sino a dejar de reconocer a su madre en aquella mujer impasible.

Estefanía, se ofreció voluntaria para leerle o explicarle cosas de su vida, que previamente le habían escrito sus hijos, para intentar hacerle rescatar, todo aquello que la había hecho estar viva y que su olvido, la alejaba cada vez más. 

Ella la miraba con esa tristeza que los paralizaba a todos, envidiando esa alegría del que se sabe ajeno, y agradeciendo cada palabra amable y paciente, cada caricia, cada sonrisa, pero sobre todo, el cariño con el que la trataba, que era casi, el único sentimiento que su madre reconocía. 

A cambio, su madre le brindaba aquellas miradas llenas de sorpresa e ilusión, al recordar o descubrir, lo feliz que fue el tiempo que pasó de niña en la Ribera; su boda con Esteban, después de ocho años hablando por la ventana; de cómo hizo para no separarse nunca de sus padres; del nacimiento y nombre de sus cinco hijos, de lo mucho que los quería y la querían, y de cómo consiguió que fuesen niños felices y adultos honrados y honorables, a pesar de todos  los momentos difíciles, momentos que ella, hacía tiempo que había olvidado, pero esta vez, voluntariamente.

Estefanía fue aire fresco en sus vidas, contribuía a un mundo mejor para todos, aunque lo que realmente mejoraría el mundo es que estuviese prohibido olvidar todo aquello que se ama.

Pero ni Estefanía ni nadie pudieron aliviar los momentos más duros. De entre todos, ella siempre recurría a aquel, en  el que sentadas en la cama, e indefensas ante el olvido, miró a su madre, y le dijo, “¡Ay mama, si supieras cuánto me querías!” y en aquel instante, su madre volvió a ser su madre, y echó la cabeza sobre su hombro, a modo de perdón. 

Perdón, no por haberla olvidado, sino por olvidar que la quería, más de lo que ella misma se había querido nunca. 

Ramoni Valverde López
-Categoría La Rioja-

AIRE DE CRISTAL.- Por Josu Arroita Martín

Caminando hacia la cumbre me encontraba, cuando paso a paso mi mente estaba más sin mí que conmigo. Volvía la misma idea a mi cabeza, pero no podía oír mis propios pensamientos. Sonreí recordando a otro Súper que filtraba socorros en su mente: “ ‘tú eres como eres, y nadie es como tú’. ¿Por qué no puedo apartar esa simple frase de mi mente? No es más que una… espera un momento…”

Las imágenes llegaban a mi cabeza, desordenadas y sin lógica, como un velero sin patrón ni vela. ”¿Puede que sea yo?” A medida que mi ascensión progresaba, también lo hacía mi consciencia, hasta que me detuve en seco, a medio camino entre ningún sitio y el cielo. “¡Claro! ¡Voluntad no es el camino, sino el fin en sí mismo!” Retomé mi marcha y, con cada paso, más se aclaraba la respuesta: “No hay que donar materia, sino conocimiento. El poder está en el saber, y en el saber, la igualdad”. Mi respiración se agitaba al aumentar inconscientemente mi ritmo, encajando piezas muy sencillas: “Hace falta la voluntad de transmitir ese conocimiento de extremo a extremo. ¡Nadie volvería a pasar hambre enseñándoles a cosechar; nadie pasaría frío, ni pobreza, nadie…!” Sin darme cuenta, me quedé ya sin camino que andar, había llegado a la cumbre, y con ella una palabra me hizo caer más alto que la propia montaña: “¿Utopía? Desde el momento en que nacemos la palabra igualdad es su sinónima. Al final, unos tendrán más que otros, pero… ¿y si soy el primer voluntario? Afectaría a más personas que el resfriado común, y tal vez; sólo tal vez, sí existiría la palabra igualdad”. 

Mirando al mar de nubes que había a mis pies, la flor de edelweiss era testigo del surgimiento de una nueva esperanza: “soy como soy y nadie es como yo pero; si fuera fácil, lo haría cualquiera”.

Josu Arroita Martín
-Categoría La Rioja-