miércoles, 26 de febrero de 2014

DESPUÉS DE LA TORMENTA SÍ SALIÓ EL SOL.- Por Araminta Gálvez

La tormenta asoló la aldea y durante una semana entera, la lluvia no cesó de caer. Los frágiles techos de las casas no soportaron esa embestida líquida y tenaz y se derrumbaron llevando consigo la vida de hombres, mujeres y niños que se pensaban protegidos dentro de su hogar. Las montañas se derrumbaron como castillos de arena llevando consigo piedras enormes, árboles arrancados de tajo, animales muertos y un lodo oscuro y sin esperanza. El paisaje se volvió gris y el sol no apareció durante varios días. El hambre, el frío y el miedo reinaban por todas partes. Las noticias eran desalentadoras. Las carreteras se habían interrumpido por los deslaves y no había esperanzas de que alguna ayuda llegara. ¿Quién se expondría en una situación así? Amanda tiritaba en el rincón de la iglesia donde Joaquín la había arrastrado con las pocas fuerzas que todavía le quedaban y ella ya no sabía qué era más intenso, si el dolor de sus dos piernas fracturadas, el hambre que la atormentaba o la impotencia y desesperación por ya no tener leche en sus pechos para alimentar a Joaquincito que ni siquiera tenía fuerzas para llorar. Desde sus triles los santos la miraban desolados. No había ningún resquicio de luz. Las velas se habían agotado y las ropas secado en sus cuerpos. 

Cuando la puerta se abrió y entraron esos jóvenes embarrados de lodo, cargando mochilas con alimentos y medicinas y diciendo que eran voluntarios que llegaban para ayudarlos, Amanda no lo podía creer, pero cuando vio a Joaquincito bebiendo lentamente la leche del biberón entendió que los milagros todavía existen y que la promesa de la esperanza aparece aún en la peor oscuridad.

Araminta Gálvez
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