sábado, 22 de febrero de 2014

"Sin título".- Por Cristina Arias García

La piel del edificio rememoraba épocas victorianas, por dentro esqueleto de mármol brillante cual lago helado y bañado con los rayos del coloso sol. Cuando Estrella entraba en la planta de personas mayores, seniles, con alzhéimer, enfermedades inherentes a la edad o simplemente olvidados del mundo, y lo que es peor, de sus familias, veía habitaciones grises, olores que se podrían esperar desgraciadamente en otras latitudes o zonas, no en un prestigioso y caro paraíso del no retorno. Le gustaba visitar a las personas que allí moraban, le resultaba totalmente reconfortante y a la vez le dolía el alma saber cuán fácil era hacerles felices y que unos desconocidos como ella, les amasen sin conocerles. 
El patrón siempre el mismo, mas cada día eran sensaciones diferentes que todas ellas te hacían más grande y completo. Abrir cortinas, hablarles preguntarles y ver como dos ojos apagados y terriblemente perdidos en la tristeza, se adecuan a los rayitos de sol que entran, aceptar cafés imaginarios que endulzan almas, y escuchar! Sí, humanos sin rumbo, escuchar!. Tesoros cargados con miles de historias, curtidos en miles de arrugas de penas y glorias, sapiencia, valentía, profesores de vida. Enterrados en vida en una mortal solitud callada. Tales palabras bramaba Estrella y otros voluntarios, salpimentadas con sapos y culebras airados y desesperantes, cuando veían que en vez de lavar, rociaban con colonia, cada vez que risas y chismes estúpidos insonorizaban el gemido de una persona caída en el suelo, vaya usted a saber cuánto tiempo. A los ojos del mundo bien vistos y adorados voluntarios, más en las entrañas de la realidad, muchas veces enemigos y testigos nada mudos de terribles visiones.
No abarca todo el mundo, Estrella contaba, dos minutos tuyos tuyos tuyos… y todo cambiaría.

Cristina Arias García
-Categoría General-

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