miércoles, 26 de febrero de 2014

UN DÍA DIFERENTE.- Por Cristina Prieto Solano

Ese día no habían venido muchos niños a la actividad. Casi todos ellos se habían puesto con los ordenadores y se habían encerrado en su mundo de juegos y vídeos, colocándose los cascos para dejar clara la distancia entre ellos y nosotros, los voluntarios. Era un hospital de maternidad, y los niños que nos llegaban (por suerte para mi salud emocional) eran de corta estancia, así que no daba tiempo a encariñarse con ellos y nunca pasaba nada malo. La utopía de alguien como yo que quiere ayudar pero sufre con la desgracia ajena. Pero una niña había decidido que su juguete iba a ser diferente, su juguete iba a ser yo. Se le notaba, por el tono autoritario que usaba y por la media sonrisa satisfecha, que sabía que yo no podría replicarle casi nada, y llevaba más de una hora dando órdenes y exigiendo cualquier cosa que se le pasaba por la cabeza. Muy a mi pesar empezaba a tenerle rencor. Al cabo de un rato más debió a cansarse porque exigió un ordenador. Aliviada, le dije que el del fondo estaba libre, y no pudo ser mayor mi sorpresa cuando se le transformó completamente la cara al mirar en la dirección que le estaba indicando. Cambió de idea, me dijo que prefería hacer cualquier otra cosa. Le pregunté por qué y señaló el armatoste con el que tenía que andar, para mantenerle el suero. Me dijo que no quería molestar a los otros niños intentando pasar con eso. Noté su vergüenza, y todo aquel rencor desapareció. Sólo era una niña que tenía miedo de ser diferente, de que los demás la consideraran diferente. La ayudé a pasar y no molestamos a nadie, y su sonrisa fue toda la recompensa que necesitaba.


Cristina Prieto Solano
-Categoría General-

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