jueves, 27 de febrero de 2014

ESOS OJOS.- Por José Serna Andrés

Eduard dobló el pañuelo por los pliegues y siguió sentado en la silla, delante de Mary.

   -Esta falda está muy bien cortada – decía Mary, mientras enseñaba el vestido a la voluntaria que los visitaba -. pero en esta residencia nadie lo sabe.

La mujer observaba a los dos ancianos con atención. Eduard no se comunicaba verbalmente, pero, a la hora de comer, si le gustaba la comida los abría, si no le gustaba los cerraba. Daba igual si le empujaban con suavidad el codo para que alzase la cuchara hasta la boca. Eduard sabía muy bien lo que hacía. ¿Por qué nadie de la residencia se había enterado de que había sido contable? ¿Por qué no importaban sus gustos, sus aficiones, sus deseos? ¿Es que era invisible?

   -Y tú, Eduard, no hace falta que hables conmigo –proseguía Mary -. Nunca me has caído simpático. Pero por lo menos está bien cortado el pantalón que llevas. Me gusta.

La voluntaria seguía preguntándose por qué tampoco le interesaba a nadie la vida de Mary. Había sido modista en un barrio de la ciudad. Eduard parecía no darse cuenta de nada, pero sus ojos no perdían un detalle.

   -¿Vamos a caminar un rato por el jardín? –dijo la voluntaria.

Eduard abrió los ojos y sonrió. Hacía mucho tiempo que no pronunciaba una sola palabra. Cogió su bastón y comenzó a caminar al lado de ella. La felicidad está en la lentitud, parecía decir con aquella mirada. Le brillaban un poquito los ojos.

Estuvieron unos minutos caminando y se sentaron en un banco. Otra cuidadora apareció por el otro extremo del jardín con Mary. A Eduard volvieron a brillarle intensamente los ojos.

José Serna Andrés
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