martes, 25 de febrero de 2014

ENERGÍA VITAL.- Por Juan José Tapia Urbano

Trataba de moverme entre ellos como una sombra, pues temía ser descubierto en cualquier momento. Sin embargo, las sonrisas que brotaban a mi paso me inducían a pensar que la cosa no se me deba del todo bien. Por supuesto, me aprestaba a absorberlas antes de que se desvaneciesen, como buen recolector que era. Había hecho de su gratitud mi sustento, hasta el punto de sentir que me faltaba algo si no conseguía extraer una carcajada de tan indefensas criaturas, pequeños que habían conocido el sufrimiento a una edad demasiado temprana.

Sabía que nadie había descubierto la mascarada perfectamente elaborada tras la que ocultaba mis verdaderas motivaciones, pues en el fondo no podía negar que el egoísmo me consumía. Era su alegría la que me daba la vida, la que me inducía a levantarme cada día, saltando de la cama como si quemara. No veía el momento de coger el autobús, ponerme esa nariz roja de payaso, y hacer mi entrada triunfal en una sala repleta de pequeños que, al menos por unos minutos, olvidarían el lugar en el que se encontraban.

Sin ellos no era nada, pero no podía dejar que lo sospechasen. Quizás de saberlo me negarían su favor, me darían la espalda y volverían sus ojos hacia esa caja tonta que todo lo sabe. Creía tenerlos engañados, ¡pero qué iluso de mí! Todos esos diablillos conocían mi secreto, pero los muy pillos callaban y me alimentaban con su amor incondicional. 

Juan José Tapia Urbano
-Categoría General-

No hay comentarios :

Publicar un comentario