jueves, 27 de febrero de 2014

EL VOLUNTARIO.- Por Eva Torre Fernández

Ya casi ni me acuerdo de los cinco años de tedio, desesperación e infierno que pasé cuando la empresa familiar quebró. Me levantaba todas las mañanas porque si no lo hacía, mis padres me habrían obligado a levantarme. Me iba después a dar una vuelta, fingiendo que iba a buscar trabajo (sí, lo hice los dos primeros años, pero luego ya no tenía ni fuerzas). Caminaba por las calles menos céntricas para no encontrarme con nadie conocido, para no tener que dar explicaciones, aun sabiendo que había mucha gente en la misma situación que yo porque la crisis había arrasado con muchos puestos de trabajo y muchas vidas. Por la tarde me quedaba en casa y pasaba horas en internet haciendo amigos virtuales que nunca conocería en persona. Había empezado a tener problemas con mis padres porque bebía demasiado, cada día comenzaba a beber un poco antes de que llegara la hora de la cena. 

Pero ya casi ni me acuerdo de esos cinco años y seguramente queden enterrados en la memoria negra del tiempo, donde se guardan los pecados no confesados, las depresiones pasadas, los deseos no cumplidos, las locuras y crímenes más inhumanos. Mi memoria, mi corazón y mi cerebro están hoy llenos de una esperanza y una alegría profundas, desde que decidí dar el paso. Hoy, sencillamente, soy feliz ayudando a otros y he comprobado que es verdad lo que una vez leí: Que aquello que te guardas para ti, lo pierdes, pero aquello que das, es tuyo para siempre.

Eva Torre Fernández
-Categoría La Rioja-

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