sábado, 1 de marzo de 2014

FIEL A MI PROMESA.- Por Mauricio Berruezo

Confieso que al pasar por esa calle y ver que una leve nube de humo salía por esa ventana pensé, no es nada; y de llegar a ser ya llegarán las personas que se encargarán de eso. Tres pasos más adelante por mi mente se cruzó: Y… ¿Si es? Si en verdad es lo que creo. Si de verdad esa casa se está incendiando. Pero, ¿Qué hago? No puedo faltar a esa fiesta, la cual tanto me constó organizar y en la que estaría esa persona por la que trabajé tanto para poder impresionarla. Todas esas horas de organización preparando el salón, llamados telefónicos. De pronto alejé esos pensamientos egoístas de mí. Giré y corrí hacia esa casa ya envuelta en llamas, casi insultándome a mí mismo al haber fallado por un instante al juramento que como voluntario había hecho años atrás en el cuartel de mi ciudad. Al llegar la casa sollozaba por la gran temperatura que había tomado su estructura, corrió en mí una mezcla de adrenalina y miedo el cual se acrecentó cuando dentro de ese cúmulo de llamas y hierros enardecidos se escuchó a lo lejos y casi ya sin fuerzas una voz que exclamaba ayuda. Entré, el calor y humo hacían mi visibilidad nula. Dejé de oír el llamado, pensé en salir del lugar, pero una fuerza extraña se apodero de mí, una fuerza que me dio paz, fe y tranquilidad. Seguí buscando casi sin poder respirar hasta que en un rincón, cerca de la ventana la encontré. Era una mujer, la miré, tome su mano y con voz firme le dije: -¡Mi nombre es Rubén, soy bombero voluntario y juntos vamos a salir! Con su mirada me mostró su gratitud y luego se desvaneció en mis brazos. Con mi último aliento logré encontrar una salida, llevé a la mejor hasta afuera, me recosté en el suelo, volví a tomar su mano y mirándola mis ojos comenzaban a cerrarse cuando de repente escuché: - ¡Tranquilo amigo ya estamos acá!... Buen trabajo. Eran Jesús y Adrián, amigos y colegas bomberos.

Mauricio Berruezo
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